A ambos lados de la frontera hiede a gasolina. En Venezuela porque la decomisan, en Colombia porque es un negocio. Con la calculadora a mano, José (nombre ficticio) saca cuentas a cada momento de las ganancias que le genera el contrabando de gasolina y productos básicos de Venezuela a Colombia, frente a sus magros ingresos como mensajero privado.
«Llevando desodorantes y el tanque de mi moto lleno para Cúcuta (en Colombia, sobre la frontera con Venezuela), gano semanalmente 4.265 bolívares (61 dólares al mercado paralelo) y en un mes 17.060 bolívares (243 dólares). Como mensajero gano si acaso 3.000 bolívares mensuales (43 dólares)», dice este motociclista de 30 años.
Al menos cuatro veces por semana se sube a su moto RKV-200 -la «minita de oro», como la llama- a las seis de la mañana, llena el tanque de 16 litros casi hasta derramarse y toma la carretera.
Dentro de su chaqueta, esconde una botella de dos litros de gasolina, que luego deja en «un sitio que conozco de memoria, para retanquear» al regreso. El trayecto final, de bajada, lo recorre con la moto apagada «para llegar con el tanque enterito» y ganar más dinero.
El presidente venezolano Nicolás Maduro ha admitido que vender un litro de leche en la frontera «da más que vender cocaína». Lo mismo que la gasolina, tan barata en Venezuela que llenar el tanque de un vehículo cuesta apenas unos centavos de dólar, mientras que en Colombia un litro se vende a 1,18 dólares.
Según el gobierno venezolano, el contrabando a través de la frontera de 2.219 kms abarca 40 por ciento de los productos básicos, además de 100.000 barriles diarios de petróleo, equivalentes a pérdidas anuales de 3.650 millones de dólares.
El motor de ese trasiego, que se desarrolla desde hace varios años, son los controles de precios y la distorsión cambiaria que rige la economía venezolana.
Unos ganan, otros pierden
«No me saque la gasolina, papito», suplica inútilmente un motociclista al militar venezolano que con una manguera bombea para requisarle la mitad de su combustible. «No pueden pasar con el tanque lleno porque se presume el contrabando», explica el teniente encargado del operativo.
Pero para José, los militares no son un impedimento: «Hay algo que lo mueve todo: el dinero. Para todo existe el soborno», dice.
Del lado colombiano y a la vista de los militares, los motociclistas aspiran a través de una manguera casi la totalidad de su gasolina para llenar las ‘pimpinas’ (garrafas) de los compradores ilegales, y reciben a cambio un pago de entre 500 y 600 bolívares (entre 7 y 9 dólares).
Pero los habitantes de la zona aseguran que el grueso del contrabando pasa en camiones que transitan de noche por las «trochas», caminos clandestinos que surcan la extensa frontera, y a través del río Táchira, límite natural entre ambos países.
En Cúcuta y sus alrededores, las estaciones de gasolina casi no existen. La venta informal del combustible venezolano se extiende por toda la zona fronteriza hasta pocos kilómetros antes de Santa Marta (sobre el Caribe colombiano), sin que los acuerdos entre los gobiernos para exportar gasolina venezolana más barata a los pueblos limítrofes colombianos logren frenar el contrabando.
Para los empresarios venezolanos es un problema porque no consiguen empleados: «Todos prefieren el dinero rápido», dice Cristian Gómez, encargado de una ferretería en la ciudad de San Cristóbal.
Los «bachaqueros» (contrabandistas de alimentos) se llevan la poca mayonesa, leche, desodorantes, champú o la preciada harina de maíz que sirve para preparar arepas (plato típico de Venezuela y Colombia) y estos productos son vendidos en Cúcuta por un precio más de 10 veces superior.
En esta cadena todos ganan. El «bachaquero» que compra una bolsa de leche en polvo en Venezuela por el equivalente a 40 céntimos de dólar y la vende en Colombia once veces más cara, a 4,40 dólares, y el consumidor de Cúcuta que paga menos de la mitad de lo que costaría el mismo producto colombiano.
Por la familia
Almorzando una sopa de res a la sombra de un árbol, un «gasolinero» de Cúcuta vigila sus 30 pimpinas y a regañadientes explica que a diario compra combustible venezolano a más de 30 muchachos que como José lo arriesgan todo en la frontera.
«Yo vivo de Venezuela», dice mientras asegura que cada garrafa se vende en 25.000 pesos (12,5 dólares). Germán también vende gasolina venezolana en un puesto informal en Cúcuta, a 32.000 pesos (16 dólares) la pimpina, y con las ganancias paga los estudios de sus tres hijas. Antes era agricultor y vivía en los Llanos orientales de Colombia, pero el dinero no rindió. «Yo sé que es ilegal, pero de eso vivimos sin hacerle daño a nadie», se justifica.
Patricia Clarembaux
AFP