Otro testigo confirma lo que las autoridades definen como «presuntas muertes», pero con su relato, evidencia que presenció lo ocurrido, aunque no sabe con exactitud cuánto fueron los mineros ultimados. No quiere dar su nombre y así lo prefieren los familiares, pero asegura que quienes no pudieron huir de la mina, en pleno tiroteo, están muertos.
Este es el reportaje de Correo del Caroní
Tumeremo.-La mañana del viernes los mineros viajaron a la bulla del Miamo, en la frontera de los municipios Roscio y Sifontes en el estado Bolívar.
En el camino, a una hora en moto, quedan los hatos San Ramón, Peregrino y Atenas. En este último ocurrieron parte de los hechos. Algunos de los que iban en la vía fueron interceptados en alcabalas improvisadas, supuestamente pertenecientes a la banda de el Topo, criminal conocido por su dominio en las minas de Sifontes. Pero otros, los mineros que iban hacia la bulla, no corrieron con la misma suerte.
Esos fueron agrupados en la mina y dispersados con ráfagas de tiros, como suelen hacer estos grupos hamponiles para hacerse con el control de un yacimiento. Algunos, según cuentan sobrevivientes, fueron cortados con motosierras.
Los que huyeron se fueron monte adentro, como el muchacho que la mañana de este lunes cuenta lo que vivió. No quiere dar su nombre. Ni siquiera lo desean los familiares de los desaparecidos, “porque después ellos hacen listas y llaman a uno: tú eres tal y tú eres tal, y nos matan”. Eso dice un señor mayor, canoso, casi gritando al comandante del Destacamento del Comando Rurales 629, Gregory Yusti.
Hay mucho temor en el pueblo, pero más aún entre la protesta que se mantiene en la carretera nacional, la Troncal 10.
El joven, que ahora anda en moto dispuesto a localizar a sus compañeros, relató que cuando llegaron los de el Topo le dio tiempo de correr.
“Uno no sabe ni siquiera cuántos son, lo dejaron crecer demasiado”, comenta.
Una de las mujeres que reclama a sus familiares, Cristal Cañas, dice que personas de confianza le dijeron que a los mineros los obligaron a cargar con los fallecidos y meterlos en un camión azul tipo volteo.
“A mí me dijeron que el que iba con mi hermano lo amarraron por los pies y lo arrastraron con una camioneta”, cuenta otra muchacha, de lentes oscuros, que duda cuando le pregunto si puede dar su nombre.
En la manifestación hay vecinos que ya han perdido el miedo. “¡Ya basta! ¡Ya basta de tanto miedo! ¿Qué estamos esperando?”, reclama Lisbeth Guevara, quien tiene tres parientes desaparecidos.
El miedo y la incertidumbre se triplican en el caso de Lisbeth, pero el caso de María (seudónimo para proteger su integridad) es de una silente felicidad: su hijo (de quien resguarda el nombre por su seguridad) apareció. Vivo. Ileso.
Vivo porque sobrevivió a la balacera
Vivo porque no era su día. Vivo porque cree que sus compañeros, los agrupados en la mina la noche del viernes, están muertos. Por eso María lo celebra en silencio. No vaya a ser que las flores que tenía frente a una foto de su hijo tenga que ponerlas de nuevo frente a su cadáver.
Arquímedes Hidalgo iba a diario, y en un día bueno sacaba una grama de oro, que equivale a unos 30 mil bolívares. “Sirve para sobrevivir porque aquí no hay más trabajo”, explica.
Solía regresar a las 6:00 de la tarde, en un trayecto de una hora si se recorre en moto. El viernes 4 de marzo, casualmente, se abstuvo.
Fiebre del oro
No fue el caso de Marielys y Mary Ruiz, dos hermanas, de 22 y 19 años respectivamente, que fueron a cocinar durante un mes. A su madre, Mary Ruiz, le dijeron que estaban muertas. “Lo que queremos son los cuerpos, queremos los cuerpos”, suplica. Es lo único que piden.
A diferencia de otras arremetidas de bandas, en esta ocasión hay dos elementos que generan la protesta: que son muchos los que no aparecen.
“Antes eso era uno o dos o tres, pero ahora son muchos, ¿sí entiende? Y son gente conocida. Vecinos, gente que se crió con uno”, cuenta una muchacha, ingeniera de minas, quien deja claro que, si ahora hay protesta, es porque los desaparecidos tienen rostros y dolientes.
Los municipios del sur siempre han sido zonas mineras, pero en los últimos seis años la crisis económica y el declive de la empresa estatal CVG Minerven, han cerrado las ofertas de empleo fuera de las minas.
Por eso es cada vez más frecuente que profesionales, jóvenes que vienen de las ciudades y vecinos del pueblo hayan decidido dedicarse a la minería porque en un fin de semana, con suerte, pueden ganar hasta 300 mil bolívares. “¿En qué trabajo uno se gana eso en un fin de semana?”, inquiere.
A las 2:00 de la tarde, la troncal está que arde. Dejaron pasar tres carros y luego cerraron. Trancaron con camiones cargados de bloques y materiales de construcción y no dejan pasar a nadie.
Un campamento del movimiento El Evangelio Cambia ha instalado una carpa a 10 metros. Están entregando sopas y agua a la gente en cola y en protesta. “Venimos a orar por los desaparecidos”. El reclamo sigue.