Hace unos meses alguien tuvo la temeridad de consultar a este escribidor sobre el proyecto de Estatuto que regiría la actuación del gobierno provisional de Juan Guaidó. En la primera lectura advertimos un gazapo que estaba de bulto.
El instrumento, que debería ser el marco normativo de una eventual transición, tenía una disposición que ataba de pies y manos la administración inédita que recién se estaba instalando. En efecto, Juan Guaidó no podría administrar ningún recurso proveniente de bienes que paulatinamente pudiera ir rescatando.
Con esta disposición se condenaba este experimento, sobre el cual se vertieron todas las expectativas de los venezolanos, a no tener ni el presupuesto de la más pobre de las alcaldías venezolanas. Un gobierno que estaba nombrando embajadores; que tenía problemas ingentes de seguridad personal de sus miembros; que debía recorrer el país, lo condenaron a algo más peligroso que dilapidar los bienes que es tener que depender de gente que se acerca a “ayudar”.
No es negando recursos como se va evitar que estos se despilfarren. Esta es la típica solución de la venta del sofá. Los recursos públicos son para usarlos para resolver los problemas públicos. La financiación pública lo que tiene es que estar controlada con eficiencia y con mecanismos de sanciones draconianos para que quien se coma la luz.
En Venezuela esto es particularmente más importante. La corrupción se convirtió en un cáncer que hizo metástasis en todo el cuerpo social. Por primera vez en nuestra historia republicana, nuestras élites económicas no eran la de los tradicionales Amos del Valle, la mayoría de los cuales fueron capitanes de empresas y hombres de negocios a quienes llevó varias generaciones montar sus organizaciones. Les llevó tiempo formar su gente, sus hijos y sus nietos formados en las mejores universidades del mundo, eran normalmente sus relevos.
Hasta aquí nada distinto a lo que ocurría en cualquier otro país latinoamericano. Nada distinto tampoco del hecho que varias de estas fortunas se hicieron bajo el alero del Estado, amparadas en privilegios y canonjías que muchas veces recibieron el nombre eufemísticos de “incentivos”. No obstante, a pesar de ello, fue gente que sembró al país de empresas que produjeron empleo y progreso.
Pero es que hoy todo eso cambió en Venezuela. De la noche a la mañana, muchos de los yuppies fracasados que no trabajaron ni sudaron las fortunas de sus padres y abuelos o que las dilapidaron, se prestaron a una vorágine de militarotes, enchufados y personajes de todo pelaje, a poner el know how del manejo del dinero, para montar la más obscena y orgiástica empresa de corrupción que ha conocido la humanidad entera.
Pues bien, esa misma excrecencia parasitaria de la que hablamos, se ha enterado de la “gaffe” de la Asamblea Nacional de no dotar de presupuesto a la administración de Juan Guaidó y está merodeando como zamuro todos los niveles de su administración para ver cómo puede “ayudar” en esta lastimosa coyuntura.
Ya Odebrecht, dio la pauta sobre cómo se puede financiar a la izquierda y a la derecha, a los rojos y a los verdes, a los grandes y a los chiquitos. Ya saben que la única ideología que ha sobrevivido triunfante después de todas las crisis es la del dinero. Y dictaron cátedra sobre cómo usarlo para reinar.
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Cuando Chávez propuso la eliminación del financiamiento público de los partidos en Venezuela, sabía lo que hacía. Estaba seguro de que quien manejara los negocios, manejaría el financiamiento de los partidos y que él estaría enterado, al tener de primera mano toda la información, de que pata cojeaba cada quien, cuando los partidos tuvieran que recurrir a estos “amigos” para financiarse.
Antes, como ahora, la solución no es vender el sofá y privar a la administración de Guaidó de presupuesto. La solución es justamente dotarlo de uno y de aprobar normas de administración y control draconianas y que TODO el país conozca.
La mejor manera de provocar una revolución de la ética y la nueva moral de la reconstrucción nacional, es justamente demostrando que se pueden manejar los recursos públicos sin robárselos.
Al contrario de que lo pudiera sugerir este “autosuicidio” de no permitirse administrar recursos, lo que más bien pareciera es que no nos tenemos confianza en que lo podemos hacer.
Vamos a dar una lección al país y al mundo. Vamos a aprobar un presupuesto y vamos a manejarlo con la sensibilidad de Teresa de Calcuta y la severidad de Catón. El mundo nos va agradecer que pasemos de ser el país más corrupto del mundo al mejor administrado de toda la historia.