Después de décadas de dominar su industria petrolera, el gobierno venezolano está cediendo silenciosamente el control a las compañías extranjeras en un intento desesperado por mantener la economía a flote y aferrarse al poder. Así lo reseña un reportaje del NY Times.
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La apertura es un revés sorprendente para Venezuela, rompiendo décadas de control estatal sobre sus reservas de crudo, las más grandes del mundo.
El poder y la legitimidad del régimen siempre se han basado en su capacidad para controlar sus campos petroleros, la columna vertebral de la economía del país, y utilizar sus ganancias en beneficio de su gente.
Pero el líder autoritario, Nicolás Maduro, en su lucha por mantener su control sobre un país en su séptimo año de una crisis económica paralizante, está renunciando a políticas que alguna vez fueron fundamentales para su revolución de inspiración socialista.
Según la ley venezolana, la compañía petrolera estatal debe ser la principal parte interesada en todos los grandes proyectos petroleros. Pero a medida que PDVSA se deshace, bajo el peso de las sanciones estadounidenses, años de mala administración y corrupción, el trabajo está siendo extraoficialmente recogido por sus socios extranjeros.
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Las compañías privadas están bombeando crudo, organizando exportaciones, pagando trabajadores, comprando equipos e incluso contratando escuadrones de seguridad para proteger sus operaciones en un campo en colapso, según los gerentes y consultores petroleros que trabajan en los proyectos de energía del país.