La pandemia causada por el Covid-19 y sus letales efectos ha desplazado temporalmente la principal amenaza que enfrentamos como sociedad: el cambio climático. Sin embargo, la comunidad científica y especialistas ya están elaborando sus primeras aproximaciones de lo que podría suceder una vez se controle la pandemia. En términos de sus efectos sobre el cambio climático lo más seguro es que ocurra un rebote, utilizando el argot de los mercados de capitales y como consecuencia de ello, se profundicen los daños al medio ambiente, la salud de las personas y de todos los seres vivos.
De hecho, China ha dicho que relajará la supervisión ambiental de las empresas para estimular su economía en respuesta a los cierres por el Coronavirus. EEUU también a través de la Agencia de Protección Medioambiental (EPA) emitió el jueves 26 de marzo un Memorándum sobre las Implicaciones de COVID-19 para el Programa de Garantía de Cumplimiento y Observación de la Agencia, por la que se flexibilizan – a modo indefinido y retroactivo desde el 13 de marzo – las normas y controles a las industrias debido al Coronavirus. Medidas como estas probablemente se extiendan a otros países, con lo cual no solo se va a evaporar la inédita y sorprendente reducción de gases contaminantes de efecto invernadero alcanzada en los últimos dos meses que podría estar rozando el 30% global, es decir, algo como 10.000 Megatoneladas de CO2, (total de China y el doble de EEUU en un año que representan el 42% de las emisiones totales), sino que podría conducirnos a peores catástrofes que la actual: en lo social, económico y quizás en lo político.
La ONU en su portal de internet, actualizado el martes 10 marzo 2020 destaca: «El cambio climático es más mortal que el coronavirus» y el secretario general Guterres agregó que «…toda la atención que tiene que ponerse en la lucha contra esta enfermedad no distraiga de la necesidad de combatir el cambio climático, la desigualdad y el resto de problemas a los que se enfrenta el mundo». En este contexto es oportuno recordar la carta publicada en noviembre de 2019 por más de 11.000 científicos de 153 países, en la que advirtieron, que «la crisis climática se está acelerando más rápido que lo que preveía la gran mayoría de los científicos y que deben introducirse cambios dramáticos en la sociedad para evitar «un sufrimiento incalculable debido al cambio climático».
¿Como se vincula la pandemia del Covid-19 al cambio climático?
La aparición de enfermedades transmitidas por vectores (insectos o animales que contagian una enfermedad a través de una picadura, o por el contacto con su orina, heces, sangre, etc.) se ve favorecida principalmente por cambios del clima y por ciertos comportamientos de personas y animales que facilitan mediante un acercamiento inusual, una trasmisión de vectores, dando lugar a enfermedades zoonóticas (entre animales y seres humanos provocadas por virus, bacterias, parásitos y hongos).
Según un reporte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de las categorías de este tipo de enfermedades se destacan las zoonosis emergentes y reemergentes como la fiebre del Valle del Rift, el SARS, la influenza pandémica H1N1 de 2009, la fiebre amarilla, la influenza aviar (H5N1) y (H7N9), el virus del Nilo occidental y el coronavirus del síndrome respiratorio del Medio Oriente (MERS-CoV), las cuales representan alrededor del 60% de las enfermedades infecciosas a nivel mundial. Por otro lado, destaca que de los más de 30 nuevos patógenos humanos detectados en los últimos 30 años, el 75% se originaron en animales (Jones KE, Patel N, Levy M).
Otro estudio de la OMS señala que el aumento de muchas enfermedades infecciosas, incluidas algunas de reciente circulación (VIH / SIDA, hantavirus, hepatitis C, SARS, etc.), refleja los efectos combinados de los rápidos cambios demográficos, ambientales, sociales, tecnológicos y de otro tipo en nuestra forma de vida, con lo cual se despejan las dudas acerca de esa perversa relación que existe entre el cambio climático y las pandemias producidas por agentes zoonóticos.
La predicción del Covid-19
Desde mucho antes de que se descubriera el papel de los agentes infecciosos a fines del siglo XIX, se ha advertido que las condiciones climáticas afectan las enfermedades epidémicas. «La aparición y propagación de Covid-19 no solo fue predecible, sino que se predijo [en el sentido de que] habría otra aparición viral de la vida silvestre que sería una amenaza para la salud pública», afirma el profesor Andrew Cunningham, de la Sociedad Zoológica de Londres.
Un estudio de 2007 del brote de Sars 2002-03 concluyó que «la presencia de un gran reservorio de virus tipo Sars-CoV en murciélagos, junto con la cultura de comer mamíferos exóticos en el sur de China, representaba una bomba de tiempo». Bill Gates en 2015 en una Conferencia TED en Canadá también se sumó a las voces que anunciaban una nueva epidemia, aseverando que «el próximo gran riesgo de una catástrofe global sería una pandemia causada por un virus altamente infeccioso que se propagaría rápidamente por todo el mundo y contra el cual no estaríamos listos para luchar».
Esto se agrava debido a que ciertas condiciones y carencias así lo permiten. Como por ejemplo: la falta de agua potable suficiente, la producción de alimentos en masa, las granjas y criaderos de ganado y aves de corral, donde se producen mutaciones de bacterias y virus creando nuevas enfermedades, el crecimiento vertiginoso de la población mundial, la expansión no controlada de zonas urbanas con pocos o ningún servicio sanitario, la deforestación descontrolada, que nos acerca a los hábitats naturales de las plagas, la poca inversión de los Estados en recursos de vigilancia, prevención y control de enfermedades de transmisión, la falta de infraestructuras y personal de salud pública necesaria para tratar las enfermedades infecciosas y no solo en países pobres y en vías de desarrollo, sino también en
países ricos.
Por otro lado, la globalización, el aumento de los viajes y transportes internacionales, se ha convertido en una vía ideal para su rápida propagación.
El cambio climático también es una emergencia global, pero sin una respuesta firme
Luego que el 18 de junio de 2019 la Secretaria Ejecutiva de la ONU sobre Cambio Climático, Patricia Espinosa describiera la situación actual como una «emergencia climática» e hizo un llamamiento a todos para que participen en la «batalla de nuestras vidas», cuatro meses más tarde en noviembre de 2019, el Parlamento Europeo declaró la «emergencia climática» en la Unión Europea (UE), convirtiéndose en el primer continente en adoptar una medida de esas proporciones. Posteriormente le secundaron más de 20 Países y 500 ciudades, incluyendo 18 en EE.UU, 384 en Canadá, 68 en Alemania, solo por mencionar algunas. Sin embargo, la reacción y las medidas concretas para hacer frente a los cambios del clima que tienen un peso importante en la proliferación de vectores y la expansión de epidemias, en nada se parece a cómo se ha reaccionado frente al Coronavirus.
Claramente la percepción del riesgo es diferente. Mientras el Covid-19 avanza con rapidez, ayudado por las condiciones climáticas y el estilo de vida que las crea, el cambio climático es percibido como de reacción lenta y de largo plazo, incluso no se le relaciona con la pandemia, con la cual está íntimamente asociada. Es importante puntualizar que, aunque no tenemos una actualización diaria del número de muertes causadas por el cambio climático, este es más letal que el COVID-19. Si no logramos que el calentamiento global se mantenga por debajo de 2°C, y si por el contrario permitimos que sobrepase los 3°C o incluso los 4°C, por encima de los niveles preindustriales, los resultados no serán comparables con los del Covid-19. La destrucción de suelos y bosques, la sequía y contaminación de lagos y ríos, las inundaciones costeras, los fenómenos climáticos extremos como huracanes y las olas de calor en todo el mundo, sumados al incremento despiadado de las enfermedades transmitidas por vectores, nos pueden conducir a escenarios inimaginables.
Políticas erradas nos arrastrarán a peores pandemias y catástrofes climáticas
Afianzar el modelo económico, político, social y cultural que da soporte a la crisis sanitaria actual, sería tomar el camino directo a mayores riesgos y calamidades. El presidente del Grupo Banco Mundial, David Malpass, ha declarado que será necesario implementar reformas de ajuste estructural para recuperarse de COVID-19, incluidos los requisitos para la eliminación de «regulaciones excesivas, subsidios, regímenes de licencias, protección comercial de préstamos, para fomentar mercados, opciones y perspectivas de crecimiento más rápidas». Es decir, que lo que se avecina en el pos-Covid-19 posiblemente nos conduzca a más desregulación y flexibilización de políticas, incluidas las medioambientales, como mencionamos en los casos de China y EE.UU. En este sentido, los ciudadanos debemos prepararnos para más de lo mismo.
Qué hacer, qué exigir, qué esperar
Si de algo debemos estar convencidos es que después del día D no podemos seguir haciendo las cosas de la misma manera. Este debe ser un momento de inflexión que no puede dejar pasar el impacto social y transformador que ha tenido y que puede seguir teniendo en el futuro la solidaridad y la cooperación colectiva demostrada por millones de ciudadanos en el mundo.
Los políticos y gobiernos deben haber asimilado lo suficiente como para dar respuestas apropiadas a una población cuyo deseo de cambio se va a fortalecer cuando toda esta pesadilla haya terminado.
El modelo económico debe cambiar. El modelo energético debe cambiar. La transición
energética debe impulsarse con fuerza hacia una transformación energética global. Los paquetes de estímulo que los gobiernos anuncian en todo el mundo no deben beneficiar solo a las grandes corporaciones, sino a las grandes masas desfavorecidas que necesitan un sistema y un modo de vida diferente. El mundo en el pos-Covid-19 no puede ser más desigual y si llega a serlo será un mal presagio para un futuro próximo donde todos perderíamos.
Hay que organizarse sin más demora para exigir que los gobiernos inviertan en la generación de energías renovables, limpias e inocuas con el medio ambiente, que generen empleos, muchos empleos y bienestar a la población. Por otro lado, hay que esforzarse en apoyar nuevas fuerzas políticas que fomenten sistemas de salud de acceso universal, el desarrollo sostenible desacoplado del crecimiento económico y de la quema de combustibles fósiles, que impida la explotación indiscriminada de recursos naturales y que se sustente en la eficiencia, el ahorro y el desarrollo tecnológico.