El 24 de mayo de 2020 pasará a la historia de Israel no solo por el 20º aniversario de la retirada del sur del Líbano sino sobre todo porque por primera vez un jefe de Gobierno en activo se sienta en el banquillo de los acusados. Bajo el dramático título «Estado de Israel contra Benjamín Netanyahu«, el juicio se ha iniciado con la lectura de los delitos de soborno, fraude y abuso de confianza a cargo del tribunal del distrito de Jerusalén presidido por la jueza Rivka Friedman Feldman. En la sala 317, tres magistrados y un primer ministro. En la calle, profunda división. Con información de El Mundo.
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Netanyahu no logró evitar el juicio pero sí afrontarlo como jefe de Gobierno tras sobrevivir a tres años de investigaciones y tres elecciones en últimos doce meses que han acabado en el pacto de coalición y rotación con el líder centrista Benny Gantz. A sus 70 años, afronta su batalla más importante: no acabar en la cárcel Maasiyahu.
Acompañado por varios ministros y diputados del Likud, Netanyahu arremetió duramente contra el ex inspector de la Policía y el fiscal general Avichai Mandelblit que en noviembre anunció su procesamiento en tres casos de corrupción: «Es un intento de frustrar la voluntad del pueblo y de acabar conmigo y con la derecha. Como la izquierda no lo logra hacer en las urnas, encontraron la siguiente patente. Elementos en la Policía y Fiscalía se unieron a periodistas de izquierda para fabricar expedientes ridículos y falsos contra mí y así derrocar al primer ministro fuerte de la derecha«.
El centro izquierda denuncia que su campaña contra el poder judicial es más grave incluso que los delitos atribuidos.
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Si es condenado en un proceso que puede alargarse tres años, pagaría el precio (cárcel) por dos debilidades conocidas en su larga trayectoria: regalos de amigos millonarios y el afán incontrolable de una cobertura informativa favorable bajo su profunda creencia que los medios israelíes le persiguen desde la victoria electoral en 1996 ante el laborista Simón Peres. Una sensación de malestar y victimismo que alienta entre sus bases ya de por sí enojadas con la prensa y el poder judicial. El mensaje, alimentado por el líder del Likud, es que es un juicio de la élite contra la derecha.
Tres expedientes acorralan al hombre que más tiempo ha llevado las riendas del país. El «Caso 4000», el más grave, incluye el cargo de soborno compartido por el empresario Shaul Elovitch y su esposa Iris. La Fiscalía acusa a Netanyahu de aprovechar su condición de jefe de Gobierno y ministro de Comunicación para ayudar a Elovitch, propietario de la empresa de telecomunicaciones Bezeq, en varias operaciones en el sector. A cambio de una asistencia valorada en varios cientos de millones de dólares de las arcas del Estado, la web de noticias de Elovitch (Walla) recibió órdenes directas para promover y retocar artículos y fotos con el objetivo de elogiarle. De hecho, Netanyahu fue su editor en la sombra. «En 240 años de democracia en el mundo, ningún político fue demandado por una cobertura informativa favorable. Además en mi caso no fue así», ha dicho.
En el «Caso 1000», Netanyahu y su esposa Sara recibieron de forma sistemática enormes cantidades de puros, joyas y champán rosado del productor israelí en Hollywood, Arnon Malchin ( «Pretty Woman») y del magnate australiano James Packer. A cambio de este suministro estimado en 182.000 euros, sus dos amigos habrían recibido favores personales y financieros. El primer ministro replica que recibir regalos de amigos es legal.
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El «Caso 2000» revela las conversaciones secretas entre Netanyahu y su gran rival, el propietario del diario Yediot Ajaronot, Arnon Mozes, en las que éste ofreció mejorar el trato informativo si limita la difusión del rotativo gratuito Israel Hayom. Este diario -afín al líder conservador y propiedad del multimillonario estadounidense Sheldon Adelson- hizo mucho daño económico a Mozes que acudió al juicio como imputado. Netanyahu señala que en la práctica no hizo nada.