La música era el sustento de Evelyn Martínez. Tocaba en un restaurante en Venezuela, hasta que empezó la cuarentena por el COVID-19. Hoy canta en casa para no derrumbarse. Sin ingresos y con cinco bocas que alimentar, se ampara en la ayuda de familiares y amigos porque ni los bonos que recibe del Gobierno alcanzan. Con información de EFE.
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«(Los bonos) llegan, pero no alcanzan realmente. Hay unos nuevos y aquí no han caído. El último que recibimos, de unos 450.000 bolívares (2,55 dólares al cambio oficial), me daría ahora para comprar medio cartón de huevos», cuenta Evelyn.
Cada fin de semana, ella y Winston, su marido, podían ingresar de 15 a 100 dólares con sus conciertos. El 16 de marzo, cumpliendo con el decreto del Gobierno de Nicolás Maduro de hacer cuarentena «social y voluntaria» debido a la pandemia del COVID-19, el restaurante cerró, y con él, el principal sustento de este hogar de Antímano, una zona popular del oeste de Caracas.
Winston recibe un salario como funcionario público que apenas alcanza los 4 dólares al mes, y el hermano de Evelyn, con síndrome de Down y a su cargo, percibe unos bonos gubernamentales por su condición. Son insuficientes para ellos y los dos hijos del matrimonio.
El Gobierno venezolano ofrece una serie de bonos que, bajo distinta denominación, suponen un ingreso económico para quienes se inscriben a través del denominado «carnet de la patria», que otorga una serie de beneficios a los titulares.
Tal es el caso de la caja CLAP, un programa de distribución de alimentos del Gobierno, que no llega a su casa regularmente y, cuando lo hace, no rinde. «Trae tres paquetes de arroz, tres de pasta. Eso no me llega a dos semanas», lamenta.
Lo más duro, dice, es darles respuesta a los niños y «tener que decirles que nada más tenemos arroz, granos».
Aunque poco, nunca se acuestan sin comer gracias a una red de apoyo de gente cercana que, cuando pueden, le llevan algo. «Saben que nos hemos quedado en el aire. Nos han tendido la mano con los alimentos», sostiene.
Salario mínimo insuficiente
El salario mínimo es de 2,33 dólares, según la tasa oficial, un monto que el Gobierno subió la semana pasada por segunda vez en 2020, y que no alcanzaba, hasta entonces, los 2 dólares.
Una familia, solo para comer, necesita alrededor de 273 salarios mínimos, lo que cuesta la canasta alimentaria -341 dólares-, según las estimaciones del Centro de Documentación y Análisis Social (Cenda) para abril.
Esta precariedad ha hecho que buena parte los venezolanos busque un «resuelve», como llaman a otros trabajos fuera del fijo, y así subir los ingresos para poder terminar el mes.
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Con 357 contagiados y 10 fallecidos por COVID-19, Venezuela llega a su octava semana de cuarentena, un confinamiento que ha puesto en jaque al sistema laboral.
Sin ingreso fijo
Giovanni Ojeda dejó su empleo fijo como jardinero en un condominio 15 días antes de la cuarentena. Trabajando por su cuenta le iba mejor. «Si hubiera sabido que esto iba a pasar, no lo hubiese hecho», se lamenta este trabajador de Minas de Baruta, un sector popular de Caracas.
Tenía 11 clientes que le generaban entre 15 y 20 dólares mensuales. Al no poder salir, su único ingreso es lo que tres de esos clientes le dan «porque entienden la situación».
Giovanni dice que la cuarentena le hace difícil reinventarse. «A las dos de la tarde tienes que estar en casa. Viene la Policía, te preguntan qué haces en la calle. Esto es difícil, por no decir horrible», sentencia.
Cuando se le acumulan los pagos de agua, gas y alimentos, se le hace cuesta arriba.
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Está inscrito para recibir los bonos, pero no ha obtenido ninguno: «Me dicen que es un problema de la plataforma. Es una lotería». Lo que sí tiene, aunque no regularmente, es la caja CLAP.
«La recibimos cada 22 días. A veces, un mes y poco. Dicen que por razones logísticas se tarda. Nos alcanza, estirando. Vienen productos puntuales: arroz, pasta, leche, dos latas de atún. Proteína animal, no», explica.
Cuando el contenido del paquete gubernamental no llega, acude a su familia para «ir llevándola» (salir del paso). Todo lo comparten entre él y su hermana, con la que vive.
«Si antes hacíamos tres comidas, ahora hacemos dos. No comemos completo. Es fuerte que usted se acueste y quede con hambre», dice tajante y añade: «Hablo por mí y por millones».
Solo el 2% vive bien
«Poca gente no está sufriendo los embates de esto. Un 2 % vive de una forma económicamente no angustiante. La pandemia llega con una situación en la que estamos estructuralmente mal. No solo afecta a los sectores populares, pero estos tienen menos herramientas para afrontarlo», explica el sociólogo Alexander Campos.
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Venezuela pasa por la peor crisis de su historia moderna, que ha extinguido la clase media y dejado más empobrecidas a las clases populares.
Campos señala que las redes de solidaridad familiares son clave para que «no se vea tanta hambre», pero tienen un límite. «No creo que sea una locura pensar en programas masivos de alimentación tipo postguerra», alerta.
Mientras eso llega o no, Evelyn solo piensa en el día a día y, «cuando esto acabe», en abrazar a aquellos que hoy le ayudan.