La COVID-19, ha desplazado temporalmente al cambio climático como la principal amenaza que enfrentamos como sociedad. Científicos, académicos y expertos elaboran contra reloj sus primeras aproximaciones de lo que podría suceder una vez se controle la pandemia. En términos de sus efectos sobre el cambio climático se espera un rebote, y como consecuencia de ello, se profundicen los daños al medio ambiente, a la salud de las personas y de todos los seres vivos, con lo cual estaríamos desafiando la furia del calentamiento global, pero además, acercándonos a una nueva ola o a una nueva pandemia, si no somos capaces de cambiar el rumbo y el estilo de vida.
De hecho, China ha dicho que relajará la supervisión ambiental de las empresas para estimular su economía en respuesta a los cierres por el Coronavirus y ya ha anunciado la construcción de docenas de nuevas centrales de carbón en un plan de estímulo para su economía de 50 billones de yuanes (6.500 millones de euros). La apertura de esas plantas supondrá una de las mayores amenazas al recorte de emisiones e impedirán cualquier intento global por mantener la temperatura del planeta por debajo de los 2°C.
EEUU también a través de la Agencia de Protección Medioambiental (EPA) emitió el jueves 26 de marzo un Memorándum sobre las Implicaciones de la COVID-19 para el Programa de Garantía de Cumplimiento y Observación de la Agencia, por la que se flexibilizan, a modo indefinido y retroactivo desde el 13 de marzo, las normas y controles a las industrias debido al Coronavirus.
Medidas como estas probablemente se extiendan a otros países, con lo cual no solo se va a evaporar la sorprendente reducción de gases contaminantes de efecto invernadero (GEI) alcanzada a causa de la pandemia, sino que podría dispararse teniendo en cuenta que China y EEUU emiten el 27% y el 15% respectivamente de las emisiones de GEI del mundo, es decir, más de 15 mil megatoneladas, que representa el 42% global.
El presidente del Grupo Banco Mundial, David Malpass, ha declarado que será necesario implementar reformas de ajuste estructural para recuperarse de la COVID-19, incluidos los requisitos para la eliminación de “regulaciones excesivas, subsidios, regímenes de licencias, protección comercial de préstamos, para fomentar mercados y opciones de crecimiento más rápidas”.
En México el 15 de mayo, la Secretaría de Energía publicó una nueva normativa para el sector eléctrico, argumentando la necesidad de garantizar “confiabilidad del sistema” durante la pandemia. Esa normativa refuerza el control estatal, pone un freno al desarrollo de las energías renovables (ER) y da rueda libre al uso de combustibles fósiles para la generación de electricidad, que en México es de alrededor el 80%, con lo cual no solo se afectan las inversiones y la seguridad jurídica, sino que constituye un atentado más contra el medio ambiente.
La Unión Europea, luce como una isla frente a esa pandemia de acciones que amenazan con arrasar los logros alcanzados antes y después de la firma del Acuerdo de París sobre cambio climático, en términos de la normativa ambiental desarrollada y de los espacios ganados para el fomento de las ER. No obstante, que Polonia y la República Checa han mostrado poco interés en los compromisos climáticos de la UE. De hecho, el presidente checo pidió a la Comisión Europea que se «olvide del acuerdo verde para centrar todos sus esfuerzos en el virus».
Aunque los avances normativos y de los programas puesto en marcha en la UE son anteriores a la COVID-19, estos sin embargo han sido nuevamente debatidos y relanzados. Por ejemplo, el Pacto Verde Europeo, que pretende convertir su área de influencia en la primera región climáticamente neutra. Este acuerdo cuenta con un ambicioso plan de inversiones que debe permitir que las empresas y los ciudadanos europeos se beneficien de una transición ecológica sostenible.
En este punto observamos dos bloques de países con tendencias muy opuestas: Los que aprovechan las circunstancias creadas por la COVID-19 para dar aliento, más ayudas y subsidios a las fuentes fósiles y los que se esfuerzan por fortalecer una solución alternativa y sostenible a través de las fuentes renovables.
¿Qué grado de éxito tendrán unas y otras? Veamos un poco más sobre el contexto donde haré dos presiones que parecen importantes para intentar visualizar hacia donde nos estamos moviendo más allá de las tendencias que mencioné anteriormente.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que estamos navegando por una transición
energética hacia fuentes renovables, que para ser más precisos se trata de la 4, que avanza con firmeza (a distintas velocidades), desde el punto de vista tecnológico, desde el punto de vista de su eficiencia y rendimiento, derivado de sus bajos costos, que han caído 80% en los últimos 10 años.
Esos alentadores números dejan sin comparación la generación de electricidad de fuentes renovables con las fuentes fósiles.
1. Ya son más económicas para la generación de electricidad.
2. No producen emisiones.
3. Han requerido apenas el 20% de subsidios, mientras que las fósiles se benefician del 70%. En dólares esto representa 447 mil millones de dólares anuales en favor del carbón, petróleo y gas, frente a 128 mil millones de dólares a favor de la solar fotovoltaica y la eólica.
4. Los costos de salud derivados de la contaminación generada por el uso de combustibles fósiles en 2017 alcanzaron los 2.260 mil millones de dólares,
5. Los atribuidos al cambio climático se estimaron en 370 mil millones de dólares, a razón de 11 USD/tonelada de CO2.
La perversión de los subsidios se deriva de que no reflejan el valor real que resulta de sumar sus costos de producción, transporte, distribución y comercialización, con lo cual se ocultan las pérdidas que generan y por otro lado, constituyen una de fuente de contaminación insostenible, en particular debido a que son los principales responsables del cambio climático. Pero adicionalmente y frente al hecho incuestionable de que existen energías y tecnologías alternativas y renovables que cuentan con la madurez para sustituir sus principales funciones, ya resulta injustificado mantener los altos subsidios que, leídos en clave de beneficios para empresas y gobiernos, contrariamente se esfuman y se convierten en gigantescas pérdidas para las económicas, los pueblos e intolerables daños ambientales y a la salud de las personas.
En segundo lugar, de la mano de las transformaciones tecnológicas que representa la Industria 4.0 o la 4 Revolución Industrial, los cambios que en los próximos años veremos extendidos a nivel global, van a dar un giro, todavía de dimensiones desconocidas para algunos.
Me refiero al impulso que recibirán las energías renovables (ER) a partir de lo que Rifken llama el internet de la energía, es decir, la producción en masa localizada de electricidad, donde cada casa, edificio o empresa se convertirá en una planta generadora de energía. Por otro lado, esa disposición de energía va a facilitar la producción masiva de todo tipo de transporte eléctrico, con lo cual la descarbonización ya no se ve como una meta futura lejana, sino como una opción, de hecho, la única opción al alcance de la mano.
Otro aspecto muy importante que entrará a jugar un papel fundamental en este círculo virtuoso es el futuro de los recursos fósiles.
Para nadie es un secreto que la industria del petróleo y el gas está experimentando su tercer colapso de precios en 12 años. Después de los dos primeros choques, la industria se recuperó y los negocios continuaron como siempre. Esta vez es diferente. El contexto actual combina un shock de oferta con una caída de la demanda sin precedentes que no va a recuperarse al ritmo deseado por las grandes corporaciones. Además, la salud financiera y estructural del sector es peor que en crisis anteriores. Hoy, con los precios tocando mínimos en 30 años, con la presión social en aumento, las empresas sienten que el cambio es inevitable. El recién designado presidente de BP Bernard Looney cree que “el impacto del coronavirus en el consumo de crudo probablemente ha llegado para quedarse e incluso podría haber dado paso a la temida llegada del pico de la demanda de petróleo” del que tanto se ha especulado en los últimos 50 años.
Por otro lado, esa combinación de caída de la demanda, precios más bajos y un aumento en los casos de impago de facturas por quiebra o ninguna rentabilidad de las empresas petroleras y de gas destinados a los gobiernos y a la propia industria, caerán en más de 1 billón de dólares en 2020, según informa la Agencia Internacional de la Energía (IEA). El petróleo representa la mayor parte de esta disminución, y por primera vez, el gasto mundial del consumidor en petróleo caerá por debajo de la cantidad gastada en electricidad.
Además, hay que sumar que frente a la caída de la demanda de petróleo que podría promediar más de 9 millones de barriles diarios este año, solo en abril fue de 29 millones, se espera que las inversiones también caerán estrepitosamente. Muchos bancos ya están redireccionando sus préstamos. El Banco Europeo de Inversiones BEI por ejemplo, dejará de financiar proyectos de combustibles fósiles (incluido el gas) a finales de 2021, a menos que incluyan captura y almacenamiento de carbono, pero apoyará inversiones por valor de 1 billón de euros en acción climática y sostenibilidad ambiental desde 2021 hasta 2030.
Otro elemento que agravará el horizonte de los recursos fósiles es la amenaza de una nueva ola de la COVID-19 o la llegada de otra pandemia que volvería a causar pérdidas de la cual difícilmente se podrá recuperar.
Finalmente, quiero señalar tres características de las ER que sirven de elementos inspiradores para el debate sobre una sociedad sostenible descarbonizada.
1. Las ER obedecen a una la lógica descentraliza y democrática. Gracias a las nuevas tecnologías se pueden generar y consumir en el mismo lugar y representan una herramienta fundamental para el combate de la pobreza.
2. Las ER necesitan menos infraestructuras y sus costos e inversiones tenderán a caer progresivamente, permitiendo el acceso a más personas.
3. Las ER estarían exentas de las disputas geopolíticas, dado que no existirían los monopolios alejando los conflictos y guerras.
4. Facilita una estructura política administrativa de gestión local, lejos del poder central.
5. Puede ayudar al combate de la corrupción dado su carácter democrático.
La transición global, no solo la energética está en marcha. La COVID-19 y el Cambio Climático nos advierten que el tiempo se agota. Hagamos las cosas diferentes para obtener resultados también diferentes.
El debate está abierto.