El día que el juez Baltasar Garzón agarró a Pinochet volví a creer en la justicia de los jueces, los abogados, en su capacidad de revisar heridas que algunos maniáticos le abren a la historia. Saber que ese viejo arisco y genocida estuvo detenido los días finales, rumiando sin huida sobre la desventura que ocasionó, puso a Garzón como un héroe moderno, uno de esos hace rato en extinción, o al menos nos permitió creerlo así a algunos, diríase ilusos, que seguimos alentando los derechos humanos. Así lo reseña Gonzalo Castellanos para El Tiempo.
Siendo de ese modo, desconcierta que ahora desde la orilla de abogado asuma Garzón la defensa de Alex Saab, el acusado testaferro de un criminal, y, por consiguiente, la defensa de un implicado en un sistema criminal.
Porque eso son Maduro, su banda y esa componenda que allí y algunos tontos útiles denominan régimen: exactamente delincuentes que han enterrado a Venezuela en la hambruna, a la vista saqueadores de recursos públicos, verdugos ejecutores de personas dentro de una larga estela de crímenes de Estado. No se siga creyendo que representan un modelo de izquierda o idea revolucionaria; son solo una organización criminal con largos y sorprendentes brazos internacionales.
EEUU ya tiene lista la celda para Alex Saab en una prisión de Miami
Es cierto que un abogado tiene licencia para defender incluso a los peores. Que lo digan algunos reconocidos del ‘jet set’ colombiano especializados en llevar procesos de funcionarios corruptos o vinculados con paramilitares. Pero hay abogados en los que se siente la inspiración en una causa, en un ideal, unos que parecen optar por la defensa de aspiraciones sociales, de quienes no se espera un cambio radical de fórmula por dinero o vanidad.
Hace siete años murió Jacques Vergès, el llamado abogado del terror. Metido de lleno en ideales, salvó de la condena a muerte a Djamila Bouhired, lo que movilizó más el levantamiento en Argelia hasta la liberación del régimen francés perpetrador de imborrables masacres en ese país. Luego se encargó de defender combatientes de la “causa árabe” presos en Europa. Pero terminó metido con Klaus Barbie (el nazi carnicero de Lyon) y casi con Milosevic, en un sancocho de causas incomprensibles hasta mudar de piel. Una vida asombrosa raída en la vanidad.
Garzón recordará a Vergès. Pierde representando a Saab y, por rebote, a Maduro. Estos no se salvan y, en lo que les cabe, deben pagar por el terror que ensombrece a Venezuela.