Su teléfono no dejaba de sonar, pero las instrucciones eran claras: prohibido tomar la llamada. Escondido en un hotel de la Ciudad de México, Timoteo esperaba su exfiltración a Europa a través del mecanismo de protección a periodistas. Solo tenía una idea en mente : salvar su vida. El periodista mintió a sus cercanos; les hizo creer que había conseguido una visa para estudiar en París. Lo abandonaba todo y sabía que, probablemente, nunca volvería a México. Así lo reseña un reportaje especial de cinco investigaciones, siendo esta la primera publicación, dedicado a la periodista mexicana asesinada Regina Martínez, en el año 2012 (Veracruz, México). Por Forbidden Stories y socios / Proyecto Cártel.
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Cinco días antes, el 28 de abril de 2012, en la ciudad de Xalapa –ubicada en el sureste de México–, fue hallado el cuerpo de su amiga, la periodista Regina Martínez, en el baño de su casa. La mujer fue golpeada y estrangulada. El asesinato aterrorizó a los demás reporteros del estado de Veracruz, donde la periodista era una referencia. Para ellos, el mensaje era claro : «Si eso le podía pasar a una periodista de un medio nacional como Proceso, le podía pasar a cualquiera», resume Andrés, quien estaba convencido de ser el próximo en la lista.
Ocho años después de la muerte de Regina Martínez, un consorcio de 60 periodistas de 25 medios, coordinados por Forbidden Stories, retoma las investigaciones que Regina no pudo terminar, para tratar de entender el misterio de su muerte. El reportaje dedicado a la periodista mexicana es la primera de cinco investigaciones elaboradas por Forbidden Stories y sus socios, en el marco de la investigación global llamada Proyecto Cártel.
Puntos Claves
– La investigación revela errores y deficiencias cometidas por las autoridades locales en el caso Regina.
– La versión de las autoridades oficiales sobre la muerte de Regina fue objeto de una campaña orquestada utilizando cuentas de Twitter falsas.
– Continuando con las investigaciones de Regina, el consorcio revela que el ex gobernador Fidel Herrera ha establecido un sistema para malversar dinero público para beneficio personal.
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– La policía catalana ha identificado relaciones criminales de Fidel Herrera durante su mandato como cónsul en Barcelona (España).
– El consorcio pudo rastrear la última investigación de Regina Martínez, quien antes de morir estuvo a punto de publicar una investigación sobre las miles de personas desaparecidas en Veracruz.
Una periodista obstinada
«Lo que la prensa local no se atrevía a publicar se publicaba a través de Regina Martínez», dice Jorge Carrasco, el director de la revista Proceso, donde Regina laboraba como corresponsal desde 2000. La periodista conocía cada pueblo del estado de Veracruz. Nació ahí, en una familia humilde de once niños; después de sus estudios de periodismo, se lanzó en 1980 como reportera para una cadena de televisión local. Pronto se dio cuenta que gran parte de los periodistas reciben dinero del poder a cambio de notas que le favorecen.
«La Chaparrita», como le apodaban sus amigos, destacó en la profesión y, poco a poco, se aisló para dedicarse de lleno a su trabajo. Los fines de semana, se quedaba horas escribiendo en su casa, fumando cigarro tras cigarro o cuidando sus plantas queridas. Norma Trujillo, su amiga de siempre y periodista en Xalapa, la recuerda como una mujer hiperactiva y apasionada. «Toda su vida era el trabajo. Estaba cerca de la gente, de las poblaciones, de los conflictos, sobre todo sociales, de las violaciones de derechos humanos. Era el fuerte de ella», dice.
Desde temprana edad, la mujer mostró un olfato periodístico agudo. En 2006, tres años antes de la crisis del virus H1N1, había alertado sobre el estado deplorable de las granjas porcinas de La Gloria, un pueblo veracruzano que, años después, fue señalado como el probable epicentro del virus. En 2007, documentó los abusos del Ejército, y denunció a militares por violar y asesinar una mujer indígena de 72 años. Su terquedad y su determinación la llevaron a investigar sin descanso temas relacionados con la violencia y la corrupción que desuelan Veracruz.
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Fidel Herrera y Javier Duarte de Ochoa, los dos gobernadores sucesivos del estado –entre 2004 y 2016–, se convirtieron en las figuras centrales de sus investigaciones. Durante sus administraciones, Veracruz se convirtió en el lugar más peligroso del mundo para ejercer el periodismo. Desde 2000, 26 periodistas han sido asesinados en la región, y 8 siguen desaparecidos a la fecha.
Veracruz es peligroso porque los cárteles se implantaron ahí sin dificultad. Con la zona costera más extendida de México y su enorme puerto internacional, representa un punto estratégico para el trasiego de drogas. El estado, que une el norte y el sur del país mediante una red de pequeñas carreteras, también es un paso de migrantes, donde a menudo son víctimas de extorsión. Sus cerros y montañas poco accesibles, en medio de una vegetación abundante, crean un escondite ideal para los narcotraficantes. De hecho, después de evadirse de una cárcel de máxima seguridad, Joaquín «El Chapo» Guzmán Loera, el famoso capo del Cártel de Sinaloa, se escondió ahí durante un tiempo.
A principios de los 2000, Xalapa, la capital de Veracruz, empezó a transformarse bajo la influencia de los cárteles. Llegaron los 4×4 rutilantes y sus ruidosos arranques de motor. Estos vehículos sobresalían en una ciudad cuya clase adinerada está formada en su mayoría por burócratas y profesores. Hombres, que en ese entonces eran desconocidos, abrieron bares y casinos. Las paredes se cubrieron de anuncios con cuerpos de mujeres, cuyos servicios estaban propuestos.
En 2008, una ola de violencia sin precedente arrasó con la región, cuando los Zetas, un cártel integrado por ex militares, tomó el control de ese valioso estado. «Había balaceras en las calles. Eso pasaba a todas horas del día durante el periodo de Fidel (Herrera)», recuerda Norma Trujillo. «Hay un cruce total entre lo que es crimen organizado y funcionarios. Los policías no hacían nada. Al contrario, los policías formaron parte de este grupo criminal«, añade.
La «Banda de los Indeseables«
En sus trabajos de aquel entonces, Regina acusaba regularmente a los gobernadores Fidel Herrera y Javier Duarte por dejar que el territorio cayera en las manos de los cárteles. Sin dudarlo, iba a los lugares donde sucedían las balaceras para documentar la magnitud de las masacres, que el gobierno local trataba de ocultar. Sus artículos la convirtieron en un elemento molesto para el poder. En 2010, su nombre apareció en una lista, presuntamente elaborada por el despacho del gobernador. Dicha lista señalaba a periodistas críticos, que debían ser vigilados y espiados.
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Dos exfuncionarios que tuvieron largas experiencias en varias administraciones confirman que las autoridades operaban una célula de espionaje clandestina. «El gobierno local se conectaba, digamos, hacía la línea de las personas y podían saber lo que estaban haciendo en todo momento», dice uno de ellos. Una red de informantes alimentaba reportes de vigilancia equiparables a las de las peores dictaduras. Estos reportes señalaban con lujo de detalles los vínculos familiares, las relaciones profesionales y las amistades de cada periodista, pero también sus convicciones políticas o sus orientaciones sexuales.
Regina no era la única en la lista negra del gobierno. Formaba parte de un pequeño grupo de cinco periodistas, en el cual fungía a la vez como ejemplo y como preceptora. Uno de ellos, quien prefiere mantener el anonimato por razones de seguridad, dice que apodaba al grupo «la banda de los indeseables», en referencia a los ataques que sufrían por parte del gobierno. En aquel entonces, para dificultar el rastreo de fuentes y protegerse, Regina y los demás «indeseables» usaban un truco: cuando abordaban un tema sensible, publicaban la nota de manera simultánea en sus respectivos medios. «Era una manera de que no fuera uno solo el colega que lanzara la bomba», dice.
Regina era la más experimentada, pero también la más temeraria del grupo. Después de publicar sus artículos, recibía a menudo llamadas telefónicas amenazantes y amagos de demandas judiciales. Ante esta tensión y la vigilancia permanente, Regina tomaba sus precauciones. «La Chaparrita» vivía sola y no dejaba que nadie entrara a su casa. Ni siquiera la «banda de los indeseables» pasaba la puerta. Su casa era su refugio. Un santuario que fue profanado unos meses antes de su muerte.
En diciembre de 2011, mientras regresaba de visitar a su familia para Navidad, Regina se percató que alguien había entrado a su domicilio. La casa estaba en orden, excepto el cuarto del baño. Las cajas de jabón estaban abiertas y el aire seguía húmedo, como si alguien acabara de usar la regadera, según dijo a sus amigos más cercanos. Regina, quien solía tomar las amenazas a la ligera, sentía el peligro acercarse. Pocos meses antes, ya expresaba su ansiedad en un artículo que publicó de manera anónima. «Vivo el peor clima de terror, cierro con llave toda la casa, no duermo y salgo a la calle viendo a un lado y otro para ver si no hay peligro», escribió. Haciendo caso omiso a los consejos de sus amigos, la periodista decidió no avisar a la policía. «Tenía miedo, no lo quiso hacer público porque precisamente ella no creía en la justicia», recuerda su amiga Norma.
Una vecina preocupada de ver la puerta de la casa abierta en plena noche avisó a la policía cuatro meses después del incidente. Los agentes encontraron el cuerpo sin vida de Regina Martínez, tirado en el cuarto del baño y con la cabeza contra la tina. Las primeras observaciones indican que la mujer fue severamente golpeada y ahogada con la jerga de su propio baño.
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Una investigación fallida
Veinticuatro horas después de los hechos, Amadeo Flores Espinosa, entonces procurador del estado de Veracruz, prometió que «se agotarán todas las líneas de investigación que conduzcan al esclarecimiento de estos lamentables hechos».
Para esclarecer el asesinato de la periodista Regina Martínez, una autoridad federal se sumó a la investigación: la fiscal Laura Borbolla, una mujer joven que en ese momento dirigía la Fiscalía Especializada para la Atención de los Delitos contra la Libertad de Expresión (FEADLE). Esta unidad especial fue creada en 2010 para luchar contra la impunidad de crímenes contra periodistas en México. Las autoridades de Veracruz se comprometieron a trabajar de la mano con ella.
Laura Borbolla acepta volver el caso Regina por primera vez, en una entrevista exclusiva con Forbidden Stories. Resulta difícil imaginar que la mujer, con su rostro infantil circundado por una diadema rosa, haya participado en la extradición de algunos de los criminales más relevantes de México, entre ellos el hijo de Ismael «El Mayo» Zambada, el jefe del Cártel de Sinaloa. La fiscal llegó a Xalapa cuatro días después del asesinato de Regina, con 14 agentes bajo sus órdenes. «Acordarme del caso… ve como me pongo, me acuerdo y me enojo», dice en el arranque de la entrevista. Durante los siguientes veinte minutos, enumera sin interrupción los detalles de una historia que mantuvo callada durante ocho largos años.
Cuando llegó al domicilio de Regina, Laura Borbolla descubrió una extraña escena del crimen. La policía local había aplicado una cantidad excesiva de polvo revelador, con lo que deterioró las huellas digitales presentes en objetos de la casa. «No fue un accidente, revelar huellas correctamente se aprende en primer año de criminología y este error no ocurrió solamente una vez», afirma la fiscal. A pesar de ello, logró encontrar dos huellas que sus antecesores no habían encontrado, pero que nunca fueron identificadas.
Otro elemento llamó la atención de la fiscal : faltaban objetos que habían sido mencionados en el reporte de la escena del crimen, como botellas de cerveza. Las obtuvo hasta seis meses después, revueltas en una bolsa de plástico. Las botellas habían sido manipuladas y analizarlas resultaba imposible. «En toda mi carrera, nunca había visto una escena de crimen tan alterada», deplora.