Henry Jiménez | COP29: Decisiones vitales para un planeta en crisis (I)

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Henry Jiménez

Los desafíos que enfrenta el mundo actual se intensifican a un ritmo sin precedentes, colocándonos en una encrucijada donde nuestras decisiones, buenas o malas, pueden marcar la diferencia entre la supervivencia y el desastre.

Ya no se trata únicamente de guerras que desangran naciones y destruyen décadas de progreso. Ahora enfrentamos una amenaza aún más temible: el cambio climático, una crisis que comenzó a gestarse en el siglo XIX, cuando los combustibles fósiles impusieron su dominio sobre las tecnologías más limpias. Hoy, esta crisis se alza como una fuerza devastadora, capaz de arrasar en instantes lo que las guerras necesitan tiempo y recursos para destruir.

La reciente catástrofe en la Comunidad Valenciana, en España, es un ejemplo sombrío de esta nueva realidad. La DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) ha golpeado con fuerza inusitada, dejando decenas de vidas arrebatadas y exponiendo la fragilidad de las infraestructuras y políticas. Mientras tanto, algunos políticos, aún protegidos por la última rama de un árbol tambaleante, parecen ignorar los vientos de cambio que soplan con fuerza y que los harán caer.

Pero esto no es solo España. El planeta entero está en peligro. Las recientes tragedias en Estados Unidos, Brasil, Colombia, Sudán del Sur, Filipinas, Alemania, China, Chile, Puerto Rico y otros países nos recuerdan que ya no existen refugios seguros. Esta crisis climática no discrimina fronteras, y sus efectos destructivos están tocando cada rincón de la Tierra.

La COP29, que se está desarrollando en Bakú, Azerbaiyán, ha comenzado lamentablemente con mal pie. El presidente de ese país, Ilham Aliyev, ofreció en su discurso inaugural declaraciones controvertidas al calificar a los combustibles fósiles como «un regalo de Dios», defendiendo su uso continuo y destacando la importancia del petróleo y el gas para la economía de Azerbaiyán. Las reacciones no se hicieron esperar, y con justa razón, dado el contexto de una cumbre dedicada a la reducción de emisiones, la eliminación progresiva de los combustibles fósiles y la transición hacia energías limpias.

La ministra de Medio Ambiente de Brasil, Marina Silva, respondió: “Dios nos da regalos, pero siempre nos pide que seamos muy moderados. Por ejemplo, si consumimos mucho azúcar, seguro que acabaremos diabéticos». Además, fuera del foco de la cumbre, Aliyev aprovechó de cuestionar a Francia en el reciente conflicto de Nagorno Karabaj y calificó como “crímenes” las acciones del “régimen” de París en el territorio de Nueva Caledonia, provocando que Francia retirara a su principal negociador de la cumbre debido a lo que considera acusaciones “inaceptables” e “injustificables” del presidente de Azerbaiyán.

Por lo tanto, observamos un inicio turbulento que podría, ojalá que no, complicar las discusiones y desviar la atención de los objetivos principales de la cumbre.

Otro aspecto que llama la atención son las ausencias de líderes clave, como los presidentes Joe Biden, Xi Jinping, Vladimir Putin, Emmanuel Macron, el canciller Olaf Scholz, Luiz Inácio Lula da Silva y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Argentina, por órdenes de Milei, retiró su delegación que ya se encontraba en Bakú. Estas ausencias generan preocupación sobre el compromiso y la eficacia de las negociaciones en la COP29, especialmente en un momento crítico para la acción climática global.

Particularmente preocupante es la divulgación sin escrúpulos de argumentos que se creían superados, como los expuestos por Milei: “Lo más cruel de la agenda ambiental es que los países ricos, que se hicieron ricos explotando legítimamente sus recursos naturales, ahora pretenden expiar sus culpas castigando a los países más pobres e impidiéndoles desarrollar sus economías por un presunto crimen que no cometieron.”

Si bien es cierto que los países ricos alcanzaron su desarrollo en gran medida explotando recursos naturales y emitiendo gases de efecto invernadero, perpetuar ese modelo en los países en desarrollo es una receta segura para agravar aún más la emergencia climática actual. De lo que se trata es de promover un crecimiento económico sostenible y resiliente. La transición a las energías limpias no es un «castigo»; es, por el contrario, una oportunidad para aprovechar tecnologías innovadoras, incluso más económicas que las fósiles, para generar energía, crear empleos verdes y reducir la dependencia de recursos agotables y contaminantes.

Además, los efectos del cambio climático golpean más fuerte a los países en desarrollo, con desastres naturales que causan pérdidas económicas y humanas devastadoras. Ignorar esto en nombre de un “derecho” a explotar los recursos es condenar a estas naciones a enfrentar una crisis ambiental y humanitaria de proporciones catastróficas. La lucha contra el cambio climático y la reducción de la quema de combustibles fósiles es, en última instancia, una cuestión de justicia y equidad: si todos los países adoptan modelos de desarrollo sostenibles, es posible construir economías fuertes que respeten y preserven el planeta para las generaciones futuras, asegurando así un porvenir más justo y seguro para todos.

Los desafíos de esta COP29 y de las que vendrán en los próximos años se intensificarán frente a la incertidumbre que genera la reelección de Donald Trump y su intención de retirar nuevamente a Estados Unidos del Acuerdo de París. Además, el auge de sectores negacionistas del cambio climático en otras regiones, incluida Europa, podría complicar la ruta hacia el cero emisiones a mitad de siglo. Sin embargo, la resiliencia de la comunidad internacional, el compromiso creciente de actores subnacionales, empresas y ciudadanos y ciudadanas, y los avances tecnológicos en energías limpias nos recuerdan que el progreso es posible. Este es el momento de redoblar esfuerzos, consolidar alianzas y demostrar que un futuro sostenible está al alcance si actuamos con decisión y esperanza.

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