París | La filtración de millones de documentos financieros que vinculan a muchos ricos y poderosos del mundo con una discreta firma de abogados panameña que realiza transacciones en empresas fantasma o cuentas bancarias en paraísos fiscales, inició hace más de un año. Todo empezó con un enigmático mensaje que un anónimo envió a un medio alemán.
En la imagen, CreditSchmidt/Hase, via European Pressphoto Agency
The New York Times revela los detalles de la conversación y como se concret{o la investigación de los Papeles de Panamá»
“Hola, soy John Doe”, escribió la fuente a Süddeutsche Zeitung, un periódico con sede en Múnich que ya había trabajado en varias investigaciones sobre escándalos de evasión fiscal y lavado de dinero. “¿Les interesan algunos datos?”.
“Nos interesan mucho”, respondió Bastian Obermayer, un periodista con experiencia en este tipo de investigaciones.
Durante los meses siguientes, esta fuente confidencial le transmitió a los periodistas miles de correos electrónicos, cartas escaneadas, fotografías y datos de los servidores de Mossack Fonseca, un despacho en la Ciudad de Panamá que ha sido investigado durante décadas por supuestas conexiones con el lavado de dinero. Fue una colección que al final reunió 11,5 millones de archivos individuales, equivalente a 2,6 terabytes de datos.
Los periodistas alemanes se demoraron más de dos meses en verificar los documentos y desenmarañar la compleja red de transacciones secretas. “Se volvió una adicción”, escribió Frederick Obermaier, el colega de Obermayer, en un correo electrónico donde respondió algunas preguntas.
Sin embargo, el volumen del lote inicial de datos pronto sobrepasó al equipo de investigación del periódico alemán, conformado por cinco personas. Entonces, decidieron buscar la ayuda del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) en Washington D. C., que ya había coordinado otros proyectos mundiales sobre filtraciones de datos financieros.
En unas semanas, el ICIJ había reunido a casi 400 periodistas de más de 100 medios de comunicación de 80 países, incluyendo a The Guardian y la BBC en el Reino Unido; el diario francés Le Monde; Sonntagszeitung en Suiza, y L’Espresso, una revista semanal italiana. Muchos de estos periodistas ya habían colaborado con el centro en investigaciones anteriores sobre paraísos fiscales, como el proyecto “Swiss Leaks” en 2015 y la serie “Lux Leaks” en 2014.
El ICIJ no se acercó a The New York Times para participar. “Este es un tema importante sobre el que hemos escrito y que estamos siguiendo”, explicó Matt Purdy, editor ejecutivo adjunto del Times. Añadió que los documentos filtrados aportan todavía más información y que el trabajo es admirable.
Los colegas analizaron la montaña de datos que los periodistas de Süddeutsche recibieron en varios lotes y que reenviaron a un servidor de seguridad de ICIJ. El nombre en código del proyecto fue Prometeo, por el titán de la mitología griega que robó a los dioses el secreto del fuego.
Luke Harding de The Guardian, excorresponsal en Moscú y con experiencia en colaboraciones internacionales como WikiLeaks en 2010 y las filtraciones de Edward Snowden en 2013, afirmó que la transmisión continua de material reciente llevó a los periodistas a apoyarse mutuamente para poder rastrear detalles nuevos.
A diferencia de proyectos anteriores, donde los datos llegaban en una “filtración única y discreta” de cientos o miles de documentos, “esto ocurría en tiempo real”, explicó Harding, cuyo equipo se dedicó a las transacciones hechas por personas relacionadas con el Presidente Vladimir Putin de Rusia. “Recibíamos datos constantemente”.
Con este número tan grande de personas examinando la misma base de datos, los participantes necesitaron acordar una estrategia común de colaboración y análisis, así como un compromiso de no publicar hasta que todos estuvieran listos. Los colaboradores sostuvieron una serie de reuniones secretas, algunas de estas involucraron a más de 100 personas. La primera ocurrió en junio, en un salón alquilado al Club Nacional de Prensa en Washington. Le siguieron otras en Múnich, Londres y Lillehammer, Noruega.
Alrededor de una docena de empleados del consorcio, y varios colaboradores independientes, se dedicaron por completo al proyecto y construyeron las herramientas que usaron los demás mientras preparaban una docena de reportajes sobre esta información filtrada.
“Esta no fue una historia en la que los documentos lo hayan sido todo”, afirmó Ryle. “Tenías que trabajarlos, ir fuera de ellos. Uno podía ver la ventana, pero había que salir y echar un vistazo”.
El ICIJ puso a disposición del consorcio herramientas de búsqueda poderosas que el grupo había desarrollado en investigaciones previas. Entre estas estaban un foro tipo Facebook en el que los reporteros podían publicar los frutos de su investigación, así como un programa de búsqueda llamado “Blacklight”, que permitió a los equipos rastrear nombres, países y fuentes específicas.
Aunque los documentos originales estaban escritos en 25 idiomas diferentes, la mayor parte de la comunicación en el foro era en inglés, y los periodistas compartían piezas de información interesante con los equipos especializados correspondientes. Cada medio tomó sus propias precauciones: restringieron el acceso a las computadoras seguras que usaban para conectarse con los servidores de ICIJ y garantizaron que las redes de las salas de redacción no tuvieran acceso a ellas.
Una vez que se hallaban nombres específicos en la base de datos, los reporteros buscaban más a fondo cualquier pista que pudiera conectar a estas personas con alguna compañía fantasma, una cuenta de banco o incluso con algún grupo de personajes (el cual siempre estaba creciendo).
“Mucha gente adinerada y poderosa que ha acumulado mucha riqueza debe estar teniendo espasmos de pánico en este momento”, opinó Harding. “Se están dando cuenta de que sus secretos bancarios en realidad no están a salvo y que el correo electrónico no es un medio de comunicación privado”.
“Creo que estamos entrando a una nueva época de oro para el periodismo