En Venezuela la violencia delincuencial se ha convertido en un fenómeno cada vez más organizado. Para entrar en las bandas más grandes e importantes hay que obedecer una estricta disciplina y jerarquía, que recluta a sus primeros discípulos desde edades cada vez más jóvenes que permiten formarlos adecuadamente en la escala del crimen.
El reportaje de Mónica Duarte en La Razón especifica que en los últimos tres años el delincuente venezolano se ha agrupado en organizaciones más estructuradas y complejas, conformando las llamadas “mega bandas”, donde sus actividades son cada vez más estudiadas y menos accidentales. El criminólogo y exfuncionario del Cuerpo Técnico de Policía Judicial (CTPJ), Javier Gorriño, explica que con la creación de estas nuevas “mega bandas” también se ha fortalecido y coordinado un crimen a mayor escala.
Las zonas de paz lograron la multiplicación de las fuerzas criminales a mayor escala
El también abogado ubica el nacimiento de esta estructura a la par de la formación de las “zonas de paz”, un programa gubernamental lanzado en 2013 que pretendía el desarme de las bandas criminales, dejándoles un espacio de tolerancia sin fuerzas policiales, a cambio de su desmovilización. Pero esta estrategia solo ocasionó que los grupos se unieran.
“Las bandas decidieron asociarse y a respetar sus especialidades criminales, juntaron esfuerzos y entonces crearon esos grupos un poco más grandes, logrando la multiplicación de sus fuerzas”, explica Gorriño. Hoy, una “mega banda” puede estar compuesta por entre 20 y 100 personas, mientras que las agrupaciones tradicionales no superaban los ocho integrantes.
Esta evolución de la violencia ha impuesto un nuevo organigrama, una jerarquía basada en la división del trabajo. Así lo explica Luis Cedeño, sociólogo y director de la ONG Paz Activa. “El delincuente se vuelve más disciplinado y por ende más peligroso”, asegura Cedeño.
Los especialistas coinciden en que las nuevas formas criminales han propiciado la incorporación de miembros muy jóvenes y de ejes territoriales más amplios, aumentando la cantidad de delitos de forma exponencial.
El último informe de gestión del Ministerio Público demuestra que entre 2014 y 2015 la cantidad de imputados por delitos comunes (robo, hurto, homicidio, lesiones personales) aumentó 400%, pasando de 41.008 a 165.802 personas imputadas. Además, desde 2011 los tribunales ordinarios del país reciben cada vez más casos, el año pasado atendieron 1.300.000 asuntos.
Y las cifras extraoficiales son menos alentadoras. Según el Observatorio Venezolano de Violencia la tasa de homicidios se ubica en 90 por cada cien mil habitantes, luego de que el año 2015 finalizara con 27.875 muertes violentas, un incremento de 8 puntos frente al mismo registro del año 2014.
“La crisis aguda del sistema de seguridad ha abierto camino tanto para el delincuente común como para el organizado y el supra organizado, cada vez son más”, señala Cedeño. Lo apoya Fermín Mármol García, abogado criminólogo, quien ha proyectado en sus estudios la existencia de unas 100.000 personas involucradas de manera activa en el crimen en Venezuela.
100.000 venezolanos estarían involucrados de manera activa en el delito
La nueva cultura del delincuente
“Mayoritariamente el delincuente venezolano es alguien de sexo masculino, menor a 25 años de edad, joven, su instrumento de trabajo es el arma de fuego, consume más drogas ilícitas alrededor del hecho criminal, tiene necesidad de respeto y reconocimiento público y el último rasgo psicológico que identificamos es su perversidad, que es el disfrute por hacer daño, lo que lo convierte en alguien muy letal y destructivo”, así describe Mármol García al delincuente criollo actual.
El criminólogo explica que ahora “los crímenes son mucho más atroces que antes” pues la sociedad venezolana ha involucionado y ha primitivizado la violencia.
Los estudios del sacerdote salesiano Alejandro Moreno, director del Centro de Investigaciones Populares, coinciden con estas afirmaciones sobre el perfil del nuevo victimario. “Es muy distinto el malandro viejo del malandro nuevo, como se les conoce en el barrio. El viejo tiene cierto respeto, el joven no se preocupa en lo absoluto de justificar, es ‘me dio la gana de matarlo y lo maté’. Por eso estamos como estamos y es tan violenta y tan peligrosa la conducta de los delincuentes”, asegura.
el último rasgo psicológico identificado es la perversidad o el disfrute por hacer daño
“Esto ha generado en la práctica un aprendizaje social de la violencia como un valor que los niños están presenciando cotidianamente. Se termina incurriendo en la comisión de delito sin la consciencia de lo que son”, agrega Gloria Perdomo, directora de la Fundación Luz y Vida, encargada de la niñez. Para la investigadora el malandro se ha convertido en un referente a futuro para los niños, que ven en las bandas un modelo de éxito económico y social.
“El malandro joven es toda una cultura, toda una manera de ser. No está loco, cuidado. No es un enfermo. Es una manera de ser, compartida con otros. Ahora, si estos otros ocupan medio país o todo el país, imagínate tú, tenemos una cultura malandra al lado de la cultura normal”, dice Moreno, quien ha visto la tendencia violenta convertirse en una realidad más amplia, siendo “una cosa normal y natural”.
Los especialistas asocian esta característica con el aumento de los asesinatos en el país, que se han convertido en la tercera causa de muerte a nivel nacional y la primera causa de muerte de hombres menores de 30 años, de acuerdo al Observatorio Venezolano de Violencia, en su informe 2015.
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