CCD.- El periodismo «valiente» y «digno» que se hace en México «no tiene sociedad alrededor, está solo», y por eso cada vez es más escaso en un país donde el crimen organizado y los gobiernos corruptos imponen el silencio a punta de bala o dinero, asegura el escritor Javier Valdez.
En una entrevista con Efe, este periodista cuenta que el ejemplo más crudo de ello es la historia del fotógrafo Rubén Espinosa, quien «murió solo, sin dinero, pensando que la Ciudad de México era un santuario, un nido para seguir viviendo» luego de la persecución de que fue objeto en el estado oriental de Veracruz.
Nunca pensó que el brazo criminal de esa región lo iba a alcanzar hasta la capital, pero lo hizo, señala Valdez (Culiacán, 1967), quien confiesa que esa historia, una de las muchas incluidas en su libro «Narcoperiodismo», fue la que más le impactó. «Rubén nos desnuda en medio del páramo», asegura.
Era un «guerrero del periodismo», sostiene al recordar que antes de ser asesinado en julio de 2015, un crimen aún sin esclarecer, logró salvar las fotos que había tomado de una represión policial a maestros en Xalapa (Veracruz) al guardar «entre sus genitales» la tarjeta de la cámara mientras era perseguido por agentes.
Pero «el buen periodismo, valiente, digno, responsable, honesto, no tiene sociedad alrededor; está solo, y eso habla también de nuestra fragilidad, porque significa que si van contra nosotros o esos periodistas y les hacen daño, no va a pasar nada», afirma.
Eso ocurre en Veracruz, una entidad que describe como «la sucursal del infierno -la más peligrosa del país para ejercer esta profesión, con 19 periodistas asesinados desde 2010-, pero también en el resto del país, donde suman 118 comunicadores muertos desde 2000, aunque con «matices».
«No hay justicia», ni siquiera «tratándose de periodistas asesinados que tenían nexos con el narco, porque los hay, o que eran corruptos o seguían el juego, la agenda de los grupos políticos y las pugnas con otros grupos de poder», lamenta.
Y el Gobierno, dice, «está metido ahí porque es omiso, porque no los protegió, no hizo lo que le tocaba, no investiga», además de que también está en «este ambiente de los negocios» y es parte «de la misma semilla podrida».
No se trata de leyes, de recursos o de botones de pánico para los comunicadores; el problema «es de voluntad» por eso «de la complicidad» con el narcotráfico, asegura.
Valdez, quien en 2011 obtuvo el Premio Libertad de Prensa del Comité para la Protección de Periodistas y el Maria Moors Cabot con el equipo del semanario Ríodoce, del que es fundador, sostiene que dentro del gremio «hace falta solidaridad» y que «recuperemos nuestra indignación».
«Nosotros contribuimos (…) a este ambiente de desolación, de vulnerabilidad» al poner por encima «la envidia, el celo profesional, la competencia», pero también «mucha soberbia» y una «cercanía con el poder que nos ha enfermado a todos», dice.
Urge un ejercicio de autocrítica en el gremio y que la sociedad salga del «letargo» y la indiferencia, y «recupere la calle para exigir», afirma el autor de «Levantones», «Con una granada en la boca» y Huérfanos del narco», donde recuperó «trozos de vida» y rincones no contados del fenómeno del narcotráfico.
En «Narcoperiodismo» llegó el momento de «mirarme para adentro», un proceso que resultó «doloroso» porque se topó con una realidad que no conocía. Y es que en Sinaloa, su tierra y la de capos como Joaquín «el Chapo» Guzmán, el narcotráfico «impone una dinámica cabrona al periodismo, pero tiene ciertos márgenes», explica.
En Tamaulipas, dice, los cárteles «imponen el silencio», convirtiendo «esta realidad en un callejón sin salida, en un laberinto entre narcoperiodismo y el otro crimen organizado que constituyen el Gobierno, los empresarios» y una clase política «financiada por el narco».
¿Qué publican los periodistas allá? «Pendejadas que retratan una realidad que no corresponde a las calles, a la vida de la gente», replica Valdez, quien en el libro recupera el mosaico diverso y complejo de este oficio del país a través del testimonio de varios de sus colegas.
Entre ellos está el de Ernesto Martínez, un periodista de El Noroeste que denunció que el diario le paga 150 pesos (7,9 dólares) por cada muerto que reporta. Y es que, dice, «no hay dinero» para pagar bajo otra modalidad las guardias nocturnas.
En medio de este infierno, «hay compañeros que están resistiendo» y «están contando historias»; ellos «están dignificando el periodismo» en un país donde no habrá libertad de expresión mientras el delincuente mande.
A los directivos de los diarios que desde hoy están reunidos en la 72 Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) les pidió dejar de ser «rebeldes de boletines» para «aterrizar y escuchar a los periodistas de abajo, a los que se la están partiendo».
Fuente: EFE