CCD | El nuevo presidente de Estados Unidos Donald Trump ha ordenado la construcción de un muro entre fronteras para impedir el paso de los que ha catalogado como los «vendedores de drogas, criminales y violadores» de México.
Numerosos expertos descalifican esta visión simplista del problema.
Compartimos con Ustedes la opinión de InSight Crime:
El crimen transnacional organizado es por definición un problema que atraviesa fronteras, y por lo tanto algo de cierto hay en las afirmaciones sobre la influencia de criminales extranjeros en muchos países. Es cierto que los carteles mexicanos de la droga operan en Estados Unidos; los grupos armados colombianos mantienen presencia en las regiones fronterizas de Venezuela; y narcotraficantes de Colombia, Paraguay, Perú y Bolivia usan todos a Argentina como ruta de tránsito para el tráfico. Además, no cabe duda de que la porosidad de las fronteras y la laxitud de las políticas migratorias son aprovechadas por el crimen organizado.
Sin embargo, el control de fronteras y de inmigración son apenas una pequeña parte de una combinación de complejos factores y condiciones que determinan las acciones y el éxito del crimen organizado transnacional. Es bastante improbable que las políticas migratorias propuestas por Trump y sus homólogos latinoamericanos tengan un impacto fuerte en las operaciones del crimen organizado, y sería ingenuo creer que este es su principal objetivo al confundir inmigración con crimen.
Echar la culpa «al otro» en la forma de minorías o extranjeros ha sido por mucho tiempo una táctica recurrente de líderes y movimientos políticos, especialmente nacionalistas, una que se usa muchas veces no solo para aunar respaldos contra un enemigo común, sino también como distractor de los fracasos de un gobierno. Es probable que los casos que hoy en día presentan Trump, Maduro y Bullrich no sean distintos.
En Estados Unidos, por ejemplo, los carteles mexicanos operan no porque las leyes migratorias sean laxas, sino porque Estados Unidos sigue siendo de lejos el mayor consumidor de estupefacientes del mundo, a pesar de décadas de políticas antidrogas represivas, en el país y hacia el exterior. En Venezuela y Argentina, el crimen organizado transnacional ha logrado convertir a estos países en rutas de tránsito para narcóticos y en refugios para criminales más por la debilidad de los organismos de gobierno y los altos índices de corrupción que por la porosidad de las fronteras.
La retórica antiinmigración y el echar la culpa a los otros países no solo disfraza estas fallas nacionales; también resta valor a los complejos e importantes debates sobre cooperación transnacional en materia de seguridad que deberían estarse dando en los países de América a nivel nacional y transnacional. La simple atribución de culpa a una masa de extranjeros socava la cooperación transnacional en materia de seguridad, no tiene mucho sentido desde una perspectiva legislativa y estigmatiza a grupos sociales ya marginados.
Lea la nota completa aquí
Fuente: InSightCrime