CCD No hay nada más sospechoso que un buen filántropo. Los que piensan mal, porque saben que así acertarán, saben que muchas familias destinan sumas millonarias para el desarrollo de la cultura y la investigación científica como una forma de lavar una conciencia que se ha cargado de culpas. El arte tiene una poderosa capacidad para curar heridas deshonrosas.
Hay una familia en Estados Unidos a la que medios de comunicación, periodistas independientes, senadores y científicos no le quitan la mirada desde hace tiempo. Curiosamente, su apellido, Sackler, se encuentra grabado en mármol en grandes museos y universidades, porque se han convertido en uno de los filántropos más generosos.
Existe un ala con su nombre en el Museo Metropolitano de Nueva York, donde se alza el templo de Dendur, construido a orillas del Nilo 2.000 años atrás. Fue un regalo del Gobierno egipcio, que comenzó a trasladarse piedra por piedra en los años 70. La familia Sackler financió el traslado y la construcción del ala, que es de una majestuosidad insuperable. Allí los hermanos Sackler, Raymond, Mortimer y Arthur, han celebrado sus cumpleaños.
El ala Sackler en el MET es apenas una de las vendas que tapan parte de sus heridas de guerra. Existen otras. El museo Sackler en Harvard. El centro Sackler para las artes de la educación en el Guggenheim. Un ala Sackler en el Louvre. Y hay institutos Sackler en Columbia y Oxford, que financian investigación de adelantos científicos.
Desde cierta perspectiva, quizás la de los administradores de estas instituciones, los Sackler son los Medici contemporáneos. Según la revista Forbes, la fortuna de los Sackler es mayor que la de los Rockefeller o los Mellons. Pero son más discretos.
La leyenda urbana de la familia, trasmitida por sus herederos cuando reciben a algún periodista distraído, es que los tres pilares que construyeron el legado Sackler le trasmitieron a sus herederos una ley de vida: “Mejoren el mundo en el que les tocó vivir”. Esto es bello.
El único problema con la belleza es que a veces se topa con la realidad. De acuerdo con la investigación que acaba de publicar Patrick Radden Keefe en The New Yorker en octubre pasado, y que integra investigaciones que realizaron periodistas en libros ya publicados, como Barry Meier, Sam Quinones, Taite Adams y John Cashin, la familia Sackler es la dueña de Purdue Pharma.
No hay que olvidar este nombre. Este laboratorio desarrolló y comercializó un analgésico, OxyContin, que tiene su origen en opiáceos y que ha desatado la mayor epidemia de adicciones en Estados Unidos, un asunto de emergencia nacional que podría arrojar un número devastador de víctimas.
El imperio Sackler
Hay algo curioso en esta historia. Los tres hermanos Sackler, hijos de inmigrantes judíos de Polonia, que hicieron la fortuna inicial, no eran empresarios y no estudiaron administración de empresas o economía. De hecho, los tres estudiaron medicina y se convirtieron en psiquiatras. Pero el negocio corría por sus venas y supieron aprovechar las oportunidades de crecer en medio de una crisis: la depresión de los años 20.
Arthur Sackler descubrió que era bueno para la publicidad de medicamentos. Trabajó en William Douglas McAdams, una agencia de publicidad de Nueva York especializada en temas médicos. Arthur era bueno para hablarles a los médicos de medicamentos y convencerlos de que eran importantes para curar determinadas enfermedades. Los profesionales le creían. Tenía la autoridad de un par.
Al final compró la agencia y se hizo rico comercializando productos que eran cuestionables pero que hacían sonar la caja registradora: Librium Valium. Arthur Sackler era un genio en crear la necesidad de un producto. Convencía a los enfermos de que tenía la solución y a los médicos de que podían ayudar a la gente con problemas.
En los años 50 los hermanos Sackler compraron un laboratorio en desgracia, Purdue Frederick, que estaba ubicado en Greenwich Village. Producían laxantes y removedores de cerumen, como consta en las investigación de Barry Meier, Analgésicos. Esta era la pata que faltaba para convertirse en verdaderos millonarios, porque controlaban toda la cadena de producción.
La familia Sackler ha creado la multinacional Mundipharma, porque desea globalizar OxyContin. Y miran hacia Asia, América Latina y Medio Oriente
Ya en los años 60 una investigación de un senador de Tennessee, Estes Kafauver, establecía: “El imperio Sackler es una operación integrada, ya que puede diseñar un nuevo fármaco en su empresa de desarrollo de fármacos, tener el medicamento clínicamente probado e informes seguros sobre el medicamento de diversos hospitales, concebir el enfoque publicitario y preparar la copia publicitaria real con la que promocionar el medicamento, tener los artículos clínicos y el anuncio publicado en sus propias revistas médicas [y] preparar y colocar artículos en periódicos y revistas”.
En los años 70 uno de los hijos de Raymond, Richard Sackler, médico, comenzó a desarrollar un producto con oxicodona, opioide que habían investigado los alemanes en 1916. Así nace OxyContin, que en palabras de Barry Meier, es “el arma nuclear del fuego narcótico”.
El OxyContin cura el dolor en casos extremos como cáncer, pero genera adicción. Y lo que hizo Purdue Pharma fue estimular su consumo, pagando a médicos para que prescribieran con una devoción mercantilista.
Cuando este medicamento comenzó a restringirse porque las autoridades empezaron a investigar qué estaba pasando con las adicciones, se inició la segunda parte de este drama: los traficantes de heroína de México entraron a llenar el vacío, ya que la mesa de las adicciones estaba servida. Así lo confirma Sam Quinones en su investigación Dreamland: El verdadero cuento de la epidemia de opiáceos en Estados Unidos.
Como si este drama, de proporciones griegas, no fuera ya espeluznante, la familia Sackler ha creado la multinacional Mundipharma, porque desea globalizar OxyContin. Y miran hacia Asia, América Latina y Medio Oriente, zonas de alto riesgo criminal y baja regulación restrictiva para actividades ilegales.
Si alguien creía que las malas noticias ya habían pasado, quizás sea hora de aclarar que está equivocado. Apenas están por comenzar. Sobre todo si advertimos que la mayor modificación de los impuestos que acaba de hacer la Administración Trump es para bajar los impuestos de la gente con mucho dinero. Como los Sackler.
Con información de ALNavío