Dos ex presidentes de Estados Unidos, J. F. Kennedy y Ronald Reagan, integrantes de los dos grandes partidos políticos, demócratas y republicanos, han puesto de relieve la enorme importancia de las diásporas en el desarrollo de ese país. Keneddy lo hace en su libro Una nación de inmigrantes, al cual la editorial española define como un panegírico de las diásporas en el progreso de Estados Unidos. La primera página la escribe Oscar Handlin, reconocido historiador, quien nos dice: «Una vez yo pensé en escribir una historia de los inmigrantes de América. Entonces descubrí que la historia de los inmigrantes era la historia de América». Algo similar se podría decir de Venezuela.
J. F. Kennedy lo reafirma al decir: «Todos los americanos son inmigrantes o descendientes de inmigrantes… solamente podemos hablar de personas que simplemente llegaron antes o después, y cuyas raíces en América son más antiguas o nuevas». Agregaba, si se hubiese puesto freno a la migración y obstaculizado su ingreso «hoy seríamos considerablemente otro tipo de sociedad». «Este es el secreto de América; una nación de ciudadanos con memoria de sus viejas tradiciones pero que, sin embargo, osaron explorar nuevas fronteras; gente ansiosa por construir nuevas vidas, en una sociedad abierta, que no restringe su libertad de elección ni de acción». El texto explica los aportes de las diásporas al progreso y al desarrollo en todos los ámbitos: técnico, cultural y económico de Estados Unidos. Estas reflexiones hechas el siglo pasado adquieren hoy día mayor significación, importancia y vigencia.
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Ya lo había dicho Alexis de Tocqueville en 1831: «Estados Unidos es una sociedad de inmigrantes, donde cada uno iniciaba una nueva vida y todos ellos en pie de igualdad», y ese país es lo que es gracias a sus inmigrantes. El prólogo del libro de Kennedy lo escribió su hermano Edward, en él alude a los «barcos féretro», igual que las balsas y peñeros de la muerte de los socialismos cubano y venezolano. Refiriéndose al tema de la «gobernanza migratoria» afirma: «La cuestión no es llegar a saber qué leyes sobre la inmigración deben ser reformadas para enfrentarse a los problemas del siglo XXI. Lo urgente es preguntarse acerca de lo que queremos ser en el futuro, cuál debe ser el futuro de América» y la hacemos nuestra para Venezuela.
Por su parte, el ex presidente Reagan, del partido republicano, en su discurso de despedida aseveró: «Cualquier persona de cualquier parte del mundo puede ir a Estados Unidos y convertirse en ciudadano y a todos ellos agradecemos haber hecho la travesía para hacerse ciudadano estadounidense. Los inmigrantes han hecho de Estados Unidos una nación que se mantiene joven, siempre llena de energía y de nuevas ideas» y agregaba: «Si cerráramos la puerta a nuevos estadounidenses, nuestro liderazgo en el mudo pronto estaría perdido».
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En la médula de su planteamiento se encontraba la libertad de movimientos, la de un país abierto a la inmigración, a los inmigrantes trabajadores y pacíficos y al comercio, planteamiento y política situados en la acera opuesta de quienes esgrimen argumentos anti-comercio y anti-inmigración. De los inmigrantes resaltaba su «determinación y comprensión de que con trabajo duro y libertad podrán ellos vivir una mejor vida y sus hijos mucho más». Presagiaba las nefastas consecuencias de cerrar las puertas a los nuevos americanos, pues ello pondría en riesgo de extinción el liderazgo de Estados Unidos en el mundo. Desafortunadamente, todas las evidencias y argumentos no han podido evitar el surgimiento de los discursos del odio y de la anti-pluralidad, los cuales alientan los mitos del migrante como amenaza y enemigo, sobre los que se fundamentan muros y vallas, las físicas y, peor aun, la de papeles y burocracia.
La riqueza y diversidad de origen de la ciudadanía de Estados Unidos es el mejor de los datos. La de ascendencia europea se sitúa cerca de 40% y la de ascendencia hispana y latina próxima a 17%, en porcentajes menores la «afroamericana», asiática y del Medio Oriente. Además, Estados Unidos han contribuido, junto a los demócratas alemanes y del mundo, a derribar muros como el de Berlín hace 30 años, fecha histórica que conmemoramos hace unos días.
Los muros del odio más sólidos que los físicos se reparten entre voceros de los países receptores y de origen: quienes no están dispuestos a recibir un migrante más en el país de acogida o quienes no conciben su regreso al país de origen: Comparten el desprecio por el ser humano. En Venezuela, voces exultantes lo expresan de manera exaltada y cual exorcistas giran sus cabezas al escuchar la palabra diáspora.
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Venezuela, como país de inmigrantes, desarrolló una estrategia y creó las instituciones para la «gobernanza de las diásporas que recibía el país». De ello dan cuenta los diversos tratados y acuerdos globales, regionales y bilaterales de largo alcance como el establecido en el ámbito de la seguridad social con España y otros países.
Hoy se le plantea a Venezuela diseñar una estrategia y crear instituciones para la «gobernanza migratoria de su diáspora» conformada por cerca de 6 millones de venezolanos, aproximadamente 20% de su población. Para ello será indispensable consultar y apoyarse en la agenda fraguada por las asociaciones diaspóricas en todo el mundo.
Estas organizaciones, con hechos, han desmentido el mito de la diáspora como amenaza. Lo han demostrado con datos que refutan los argumentos esgrimidos por los defensores de nacionalismos estrechos, los cuales, sorprendentemente, guardan alguna coincidencia con los esgrimidos por quienes dicen defender la libertad de la movilidad humana y de las diásporas.
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El mantra argumentativo se vale de creencias del tipo: roban el empleo, reducen el salario y consumen recursos del Estado de bienestar. Las opiniones de estos difieren de las percepciones y pareceres de los ciudadanos del mundo. En realidad, es todo lo contrario: genera nuevos empleos con mejores salarios y es fuente de progreso, innovación y desarrollo sostenible. De acuerdo a los resultados de encuestas en Estados Unidos y España, más de 50% de los ciudadanos ve con buenos ojos la apertura a la migración y muestra su desacuerdo con la devolución de los ciudadanos. Pese a ello esos voceros alientan de manera machacona miedos y mitos.
Otros se han quedado en la fase de la denuncia de la mayor tragedia humanitaria de la región y la aterradora inseguridad que han forzado a millones de ciudadanos a buscar en otras latitudes lo que su país les niega. Es necesario insistir en ello pero además es preciso complementarlo con la puesta en escena de la «estrategia de gobernanza de la diáspora» y a ello ayuda la ruptura con esquemas de política convencionales. Tenemos a mano la información de las personas en diáspora, la de sus organizaciones y de sus actividades. Estamos obligados a agregar valor de manera conjunta.
La reciente reunión convocada por jóvenes de la diáspora, el Plan País en su décima edición y primera en Europa, si la memoria no nos falla, en un excelente ejemplo de lo dicho. En la reunión se debatió con intensidad y profundidad el tema de la diáspora y varias organizaciones tuvieron la ocasión de presentar sus logros internacionales.
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El debate permitió arribar a distintas conclusiones, de las cuales se seleccionaron tres que fueron presentadas en la sesión plenaria. La primera subraya la urgencia de dotarse de una nueva perspectiva para comprender el fenómeno migratorio y sentar las bases para el diseño y ejecución de la «estrategia de gobernanza de la diáspora venezolana», erigida sobre nuevos criterios y principios, fundamentadas en la información y el trabajo de las organizaciones diaspóricas.
Se recoció la diversidad y pluralidad del flujo migratorio venezolano y sus distintos segmentos ajenos a simplificaciones y rápidas generalizaciones. El fenómeno migratorio venezolano es un desafío teórico, metodológico y empírico, su carácter complejo y multidimensional no lo hace problemático.
Se estableció la necesidad de dar mayor voz, visibilidad, presencia y beligerancia a las asociaciones diaspóricas en todos los encuentros e instancias, con el fin de profundizar y ampliar las relaciones con actores, organizaciones e instituciones de las ciudades y países de acogida. Como ejemplo se utilizó el encuentro promovido por la UE y la OIM, en el cual era necesaria una mayor participación de la diáspora y sus asociaciones. Mostrar, compartir, informar son vías para fortificar las relaciones de confianza construidas a lo largo de dos décadas.
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Resultó evidente el clamor por una más decidida participación de la sociedad civil y sus instituciones, dentro y fuera de Venezuela, en el diseño y ejecución de la citada estrategia. La responsabilidad de desplegar la estrategia no solo demanda la participación de los países receptores, los organismos internacionales y las instituciones caritativas; también necesita una clara y decidida participación de las organizaciones diaspóricas globales, dentro y fuera de Venezuela.
La diáspora es el «Estado venezolano» de mayores dimensiones y reúne un importante activo para el desarrollo de Venezuela en todos los planos y ámbitos: económico, social, cultural, institucional, etc. Por ese motivo un tema de sumo interés para todas las instituciones y, en definitiva, para la sociedad democrática, pues de quienes se aferran al poder para destruir Venezuela no es posible esperar nada positivo.