El año 2020 podría cerrar con una diáspora de 7,5 millones de venezolanos, de continuar creciendo al ritmo de los últimos 4 años, de acuerdo con el Observatorio de la Diáspora Venezolana. No se vislumbra a corto plazo la eliminación de la raíz del éxodo: la tragedia humanitaria creada por la barbarie del «socialismo del siglo XXI» y, por tanto, continuará ocupando un lugar central en la agenda política, social, económica e institucional de la región y el mundo, y en particular los países latinoamericanos, los cuales experimentan una transición demográfica nunca antes vista.
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Como ocurre con toda migración, la venezolana enriquece la cultura y la diversidad de los países receptores mientras consolida sus propias tradiciones y atesora aquello que le brinda el país de acogida. Con las sucesivas oleadas migratorias los países han ensanchado sus fronteras culturales, económicas y sociales al cobijar a los recién llegados, quienes se integran de mil maneras: como emprendedores, políticos, líderes empresariales, académicos e investigadores o creando redes gastronómicas, etc.
El venezolano, como todo socialismo, ostenta récords de escasez, pobreza y ruina y ocupa las primeras posiciones en el índice de miseria global. A esto hay que añadir un rasgo particular, el clima de violencia e inseguridad: ha cobrado más de 300.000 vidas, números propios de un país en guerra. De esa tragedia migran los venezolanos en números superiores a los del éxodo sirio.
El sombrío período de degeneración y devastación del país condena a millones de ciudadanos a vidas miserables, a sobrevivir más mal que bien. Un modelo que prefiere un país famélico a la prosperidad y entre cuyos atributos está el de producir diáspora: ejemplo de ello los países de la ex URSS, Cuba y Nicaragua, entre otros. Como todo socialismo, naufraga bajo los cuarteles y su único sostén es el de la fuerza de las armas, decisor medular de la política venezolana; Dios ayuda a los malos cuando tienen más bayonetas que los buenos.
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Frente a la honda tragedia humanitaria y la magnitud de la diáspora, cuyo impacto demográfico en Latinoamérica carece de precedentes, sorprende el estruendoso silencio y circunspección de muchos miembros del mundo académico y el de la ciencias sociales y políticas. Un ámbito siempre presto a denunciar al neoliberalismo, por supuesto salvaje, como el responsable de los males de la humanidad y de la galaxia. Su silencio aturde y puede resultar cómplice de la mayor tragedia humanitaria conocida en la región.
Mientras la migración crece en Venezuela y Nicaragua, las interpretaciones han quedado tullidas y encasilladas en categorías incapaces de explicarlo. El fenómeno diaspórico está permeado por mitos y falacias, muchos de ellos alimentados con el fin de provocar conflicto, o están basados en el rechazo al pobre y el miedo al diferente, ven al otro como amenaza. Cabe preguntarse ¿cómo unos mitos con tantas evidencias en contra han logrado sobrevivir?
A la permanencia de estas falacias ha contribuido el mapa mental y la actitud de los nacionalistas, supremacistas, aporófobos y estatizadores, quienes se valen de argumentos basados en la supremacía racial, religiosa, ideológica o económica para convertir a la diáspora en una amenaza. El encono con el que miran a la diáspora asusta y sería importante conocer el origen del rencor. Unos lo atribuyen a la desigualdad, como si la igualdad de los esclavos o la hambruna generalizada e igualitaria de Venezuela resultase positiva; otros hacen hincapié en la globalización, otros en las debilidades de desarrollo de los países de origen.
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Los países socialistas se opusieron de manera permanente a la movilidad humana con el pretexto de «evitar la fuga de cerebros», término acuñado por sus representantes y de amplio uso en los estudios de las migraciones. La centralización de las decisiones de los regímenes socialistas y la estatización de la sociedad exigen controlar los factores de producción, incluido el «recurso humano», reducido a pieza del sistema.
Una pieza que es preciso domar y nada más apropiado para ello que imponer el pensamiento único. Ignoran y anulan el conocimiento de las personas, aniquilando con ello la innovación y el desarrollo tecnológico: bajo el socialismo las fuerzas productivas sufren un proceso involutivo. En su estrategia de sometimiento de la persona ejercen con denuedo el odio y el terror metódico, lo cual lo inhabilita para conectarse con los ciudadanos; los venezolanos de la vieja y nueva geografía.
En sus terapias de grupo los voceros del régimen, quienes comparten el credo totalitario, confirman su indisposición a abandonar su odio hacia la diáspora y reiteran su más absoluto rechazo por cualquier síntoma de democracia (si surge intentan destruirlo de inmediato). Se comportan como propietarios de lo ajeno y su sobrevivencia necesita de la crisis, el terror, el odio y de inventar unos cuantos chivos expiatorios (iguanas que destruyen el sector eléctrico, las sanciones individuales el imperio como causa de la situación de miseria, etc.)
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Las más recientes, vergonzosas y nada originales palabras del señor Maduro, reinciden en su odio y hostilidad a quienes integran la diáspora, a los que considera enemigos extranjeros. Los casi 6 millones de venezolanos de la diáspora han rechazado esas palabras tan ruines y despectivas. En lugar de ocuparse de la panda de saqueadores dedicados al blanqueo del dinero hurtado, de los «lavalorobado» o «lavadinero» integrantes del combo de los sepultureros del país, bramó en contra de la diáspora.
Sus palabras y acciones orquestan la coreografía xenófoba cuyo primer acto es desconocer, negar y ocultar un fenómeno de dimensiones gigantescas, del cual todo el mundo está pendiente. Su xenofobia la expresa al calificar despectivamente, como «lavaretretes», a los ciudadanos de la diáspora, servilmente sigue el guion de sus jefes, quienes adjetivaron a su diáspora con el remoquete de «gusanos». Ya quisieran los amigos y familiares del régimen, saqueadores, traficantes y «lavalorabado» poder lavar retretes en libertad.
Los totalitarios son xenófobos y, para ellos el otro, quien migró, es prescindible. Los voceros son mentirosos patológicos e inescrupulosos. Vuelven a mentir al calificar a la diáspora de «tontillos» y «taradillos» o cuando definen la escasez de medicinas y alimentos, de electricidad, agua y salud y a la miseria, la desnutrición y la inseguridad y la muerte como el «paraíso terrenal» y «belleza»: el colmo de la sevicia, el cinismo y la insensibilidad. Su xenofobia al venezolano no les impide celebrar con carcajadas las remesas medicinas, celulares, pasajes y alimentos que la diáspora envía a familiares y amigos en montos nada despreciables.
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Los procesos migratorios de los países socialistas o de aquellos en los que se intentó imponer por la fuerza, Colombia, Perú, El Salvador, resquebrajan en sus cimientos y hacen insostenible el argumento, o más bien la creencia, de que el responsable de la migración es «el neoliberalismo», término tan manoseado como vacío de contenido. Esos procesos y la incapacidad para abordarlos desde los enfoques tan extendidos en el mundo académico invitan a desarrollar nuevas teorías y formas de mirar el fenómeno migratorio.
Ya es hora de establecer novedosos vínculos y redes en el ámbito de las ciencias sociales capaces de sacudirse de los esquemas convencionales, de los viejos dogmas que, cual retrovirus, reaparecen con nuevos trajes disfrazados y vestidos de seda. El artículo de Jacobo Machover acerca del papel desempeñado por los intelectuales confirma esta necesidad. La misma adquiere en el terreno de la migración venezolana una gran significación teórica y práctica y en el plano de la Políticas con P mayúscula.
A lo largo de dos décadas la diáspora y sus organizaciones han forjado la estrategia y fraguado una densa malla de organizaciones diaspóricas, que será necesario fortalecer y ampliar. Ha puesto en marcha un gran esfuerzo para poder participar en la reconstrucción de una Venezuela en ruinas. En dos décadas han sido muchos los aprendizajes y de entre ellos destaca la necesidad de defender todos los días la democracia y las libertades que, como la salud, no pueden darse por sentadas. En este año 2020 nuestros esfuerzos se centrarán en profundizar el trabajo realizado, fortalecer y lograr mejores conexiones en todos los planos: político, económico, cultural, etc.
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La barbarie del socialismo del siglo XXI y sus bayonetas se encuentran en su eclipse. La diáspora sabe que ellos, conocedores de la situación en la que se encuentran, tratarán de pelear sin importar su costo para intentar preservar lo que tienen. Recurren a la retórica apocalíptica y del miedo para sembrar la desconfianza entre los demócratas. Llegaron con la pretensión de eternizarse en el poder. Nunca entenderán, no está en su ADN, de qué está hecha la democracia; en ella las derrotas no tienen por qué resultar permanentes.
Quienes todavía sostienen al señor Maduro han colocado al país en un desfiladero, al borde del abismo, mientras la diáspora envía divisas, remesas y contribuye a mitigar la miseria y dificultades de no pocos venezolanos. La diáspora trabaja y se esfuerza en recuperar la libertad y la democracia, el debate de ideas y proyectos y colocar a Venezuela en el sendero de la modernidad y la decencia.