Es difícil encontrar un término o una expresión que sintetice lo que sucede hoy en Venezuela. El realismo mágico, que es una corriente literaria latinoamericana donde lo irreal o incluso absurdo se nos muestra como algo cotidiano y común, ya se nos quedó corto. Habría que sumarle el surrealismo, que según la definición de André Breton consiste en: «convertir las contradicciones de los sueños y la realidad en una realidad absoluta, una súper realidad» y cuidado, que todavía falta. Menester sería, además, añadir algo del absurdo de Ionesco: incoherencia, disparate y carencia total de lógica: sin gasolina en el país de mayores reservas de petróleo, sin agua en el país con el segundo lugar en reservas de agua dulce, sin electricidad en el país que cuenta con la cuarta central hidroeléctrica del planeta. Así lo reseña el humorista y politólogo venezolano Laureano Márquez.
Son situaciones tan absurdas que parecen obra de un autor que se ha propuesto desquiciarnos con su historia, pero eso que tantas veces se ha dicho de que la realidad supera a la ficción, es particularmente cierto en Venezuela.
Resulta increíble que el destino de la tierra que desveló a Miranda, que acompañó a Bolívar en la liberación de la mitad de un continente, termine debatiéndose en enfrentamientos entre bandas rivales, que los «nuevos libertadores» sean simplemente hampa común y, si le parece poco todavía, meta al narcotráfico en el asunto.
Imagínese, lector, que pudiera alguno de nosotros volver al congreso de 1811 y contarle a los padres fundadores de la primera república lo que aconteció luego y particularmente este dramático momento, doscientos y tantos años después. ¿Cómo habría sido la votación en los días anteriores a aquel célebre 5 de julio de 1811?.
Pero más allá de la literatura, hay un término que ya aparece en el Dictionary of Sociology del año 1944 que nos ayuda a explicar esta cadena de absurdos por el que transitamos, que es el resultado de haber puesto nuestro rumbo en manos de los incapaces. El término que más se parece a la caracterización política de la Venezuela actual es el de kakistocracia, el gobierno de los peores, acuñado por el profesor Michelangelo Bovero de la Universidad de Turín.
Frederick M. Lumley, en el mencionado diccionario, lo define así: «Gobierno de los peores; estado de degeneración de las relaciones humanas en que la organización gubernativa está controlada y dirigida por gobernantes que ofrecen toda la gama, desde ignorantes y matones electoreros hasta bandas y camarillas sagaces, pero sin escrúpulos» (¿les suena familiar?).
El filósofo argentino L. García Venturini nos dice que en griego kakistos es superlativo de kakos. Kakos significa «malo», y también, «sórdido», «sucio», «vil», «incapaz», «innoble», «perverso», «nocivo», «funesto» y cosas por el estilo. No creo que se pueda explicar mejor el drama que padecemos: el gobierno de los kakos.
La pregunta es cómo salimos de esta forma de gobierno, que se fundamenta en un círculo vicioso: embrutecer a los ciudadanos para que elijan a los peores, que siguen embruteciendo a la gente para mantenerse en el poder. El embrutecimiento no viene solo, sino acompañado de la -también brutal- represión contra aquellos que se atrevan a pensar y a desear algo mejor.
¿Cómo se sale de la kakistocracia? Es la pregunta de las 64.000 lochas. En Venezuela se ha probado de todo. La carencia total de ética y principios hace que lo malo tenga más fuerza que lo bueno. Pero lo bueno termina imponiéndose desde el corazón y la cabeza. Dejar de embestir y comenzar a pensar, que diría Machado, para no ser también nosotros una «kakistoposición».