“En el transcurso de mi vida, leí mis novelas favoritas a la luz de lámparas de aceite vegetal; vi a Standard Oil invadiendo mi propia aldea, vi lámparas de gas en las tiendas chinas en Shanghai; y vi su eliminación por luces eléctricas”. Hu Shih
El petróleo, y en los últimos tiempos el gas natural, ha impulsado el desarrollo del mundo durante más de un siglo hasta convertirlo en lo que hoy conocemos. En los últimos veinte años han surgido dos escuelas generales de pensamiento sobre cómo terminará finalmente esta llamada “Era del Petróleo”. Publicado en La Gran Aldea.
Hubo quienes pronosticaron que la producción de petróleo alcanzaría un punto máximo y comenzaría a disminuir ante la alta demanda mundial. Este es esencialmente el argumento del “peakoil”, propuesto por el geólogo americano Marion King Hubbert en 1956, y que luego de ser olvidado fue rescatado, en 1998, en un artículo de Colin J. Campbell y Jean H. Laherrère titulado “The End of Cheap Oil”, iniciando un debate muy intenso sobre el agotamiento del petróleo -muchos entienden erróneamente este argumento como “El mundo se está quedando sin petróleo”-.
En realidad, el argumento no era que el mundo se iba a quedar sin petróleo, sino que la producción de petróleo comenzaría a declinar sin remedio y causaría estragos en un mundo que todavía depende en gran medida del petróleo. Esta escuela de pensamiento derivó en una visión distópica del futuro, que ganó pocos adeptos, a pesar o quizás debido a la amplia difusión mediática de un mundo en caos. No es casualidad que el pico de interés en esta visión surge en el cambio de milenio.
Los altos precios del petróleo, a partir de 2007 y hasta 2014, de alguna manera apuntalaron esta visión de un mundo asediado por la escasez del petróleo necesario. Pero la creciente producción de “shale oil” estalló en gran medida esa burbuja en 2014, cuando quedó claro que todavía había mucho petróleo por producir.
Más reciente, una nueva versión del fin del petróleo comenzó a afianzarse. En esta versión alterna se prevé que los aumentos exponenciales en los vehículos eléctricos (EV) y el uso compartido de vehículos sean dos factores clave que harán que el petróleo quede obsoleto; esto sin contar las fuerzas anticombustibles fósiles asociadas al calentamiento global, que también buscan impactar la demanda y acortar la era del petróleo.
En esta versión, “peak demand”, los precios del petróleo caen a medida que la demanda comienza a caer. Esto es exactamente lo opuesto al argumento del pico de producción, donde los precios del petróleo aumentan cuando la oferta comienza a caer. De nuevo, esto no quiere decir que se va a dejar de consumir petróleo de manera instantánea, después de todo hoy en día existen cerca de 1.300 millones de vehículos de combustión interna que no van a desaparecer de manera súbita.
Uno de los efectos más notorios de la pandemia del coronavirus Covid-19 es colapsar la demanda de petróleo y, con ello, los precios. El mundo todavía necesita petróleo durante esta crisis, pero lo que estamos viendo hoy pareciera ser un ensayo de lo que experimentaríamos en un escenario de demanda máxima.
¿Llegamos ya a ese escenario? No lo creo, pero es difícil decir cuál será el impacto persistente en la demanda de petróleo en la pandemia de coronavirus. Cuando la demanda de petróleo cayó durante la crisis financiera de 2008-2009, se recuperó con fuerza en 2010. No pareciera seguro que eso vaya a suceder esta vez. La pandemia parece destinada a cambiar nuestro mundo de varias maneras, y algunas de ellas implican una menor demanda de petróleo. O a lo mejor no. Nuestra tendencia a proyectar en línea recta desde el presente ha sido siempre un método poco confiable de planificar.
En el caso de Venezuela, estamos viendo un experimento en el que ambos fenómenos, pico de producción y pico de demanda, coalescen en una tormenta perfecta con consecuencias trágicas para la industria petrolera nacional y para el país.
A pesar de contar con las mayores reservas de petróleo y gas del hemisferio, la combinación de falta de inversión, incompetencia técnica y corrupción ha destruido la capacidad productiva del sector petrolero venezolano: Una suerte de “peak oil” de producción infligido por años de mala gestión.
Por otro lado, el creciente aislamiento del país por razones políticas ha ido reduciendo los mercados a los que el país puede acceder de manera continua y efectiva: Una suerte de “peak demand” infligida por las sanciones y la caída de demanda general debido a la pandemia.
El resultado, no tan inesperado, es que Venezuela inició julio de 2020 con solo alrededor de 300 mil barriles por día de producción de crudo, y sin taladros de perforación en operación -menos del 10% de los máximos de producción históricos y recientes-.
Caída en producción y caída en demanda, a precios bajos, una receta mortífera. Las consecuencias económicas que esto acarrea, en un país que hasta hace poco dependía enteramente de su ingreso petrolero, son devastadoras y palpables en las calles oscuras de un país que creció adicto al petróleo.
Recuperar el país pasa por la recuperación de su sector petrolero, de eso hay pocas dudas. Sin embargo, lo que antes dábamos por sentado para esa recuperación hay que repensarlo, reinventarlo. Los cientos de láminas PowerPoint acumuladas durante años en algún lugar del disco duro de mi computadora, son testigo de ideas que hoy han dejado de tener relevancia.
La empresa estatal luce en ruinas, en quiebra financiera y organizacional, aunque seguramente con residuos de profesionalidad técnica en las nuevas generaciones que pueden ser semilla para el sector. La estructura legal y fiscal ha demostrado ser inapropiada y causa principal de que el Estado como empresario haya fallado tan visiblemente.
El país necesita para su reconstrucción cientos de miles de millones de dólares, no puede, así lo quisiera, desviar recursos a una industria que puede atraer recursos por si sola si se crean las condiciones para ello. Aún en el mercado petróleo de las próximas décadas, el petróleo venezolano presenta ventajas competitivas relevantes que harían atractivas las inversiones en él.
Pero eso requiere que como sociedad cambiemos nuestra manera de ver la industria petrolera, y de una vez por todas aceptar las lecciones de nuestra propia historia: A mayor intervención estatal, menos desarrollo económico.
La ‘siembra del petróleo’, el ‘excremento del diablo’, el ‘país rico’, ‘el petróleo es nuestro’ y otras, no son hoy más que frases huecas, simplificaciones que se instalaron en nuestra siquis por décadas, ya no nos son útiles para diseñar el futuro posible.
Hay muchas barreras que soslayar: La idea de PDVSA, el falso dilema entre producción y renta por barril, el monopolio estatal, entre otras. La idea de una vuelta al pasado es una idea que atrae, pero que es en última instancia una quimera.
Si, además, la transición energética global comienza a ocurrir en serio, el escenario de demanda máxima se puede acelerar y la ventana de oportunidad comenzará a estrecharse antes de lo previsto. Dejando en el subsuelo ingentes volúmenes de potencial riqueza, mientras decidimos como repartirla sin crearla.
No, el petróleo no se ha acabado, pero ya sabemos cómo luce una Venezuela sin petróleo, la estamos viviendo. Es hora de ideas nuevas, es tiempo de mezclar la experiencia con la innovación y empezar a construir un país que debe prosperar más allá de la era del petróleo.
Luis A. Pacheco es Presidente de la junta administradora ad hoc de PDVSA