Lo llamamos temporada de mango. Ocurre todos los años en la estación seca cuando la fruta comienza a caer de los árboles, abundante y generosa para los que tienen hambre. En Venezuela, el año pasado, su llegada fue particularmente anunciada, ya que la pandemia agotó aún más el acceso a las necesidades básicas en un país asolado por una pobreza y una crisis cada vez más profundas. El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas señala que un tercio de los venezolanos sufren de inseguridad alimentaria. La pandemia nos ha hecho especialmente vulnerables a una economía golpeada. La escasez de combustible es común y detiene la distribución de alimentos. Las oportunidades de trabajo existen, pero escasean. Los dólares son la moneda principal y muy pocas personas ganan en divisas. Así lo reseña un reportaje de Andrea Hernández Briceño para The Washington Post Magazine.
Durante la cuarentena obligatoria por la Covid-19, todos los compromisos fueron suspendidos y la vida se volvió cotidiana. Esto fue al principio, y tuve tanto tiempo que me senté con mi papá en su jardín para ver crecer la hierba (literalmente). Poco a poco, la necesidad de comer, proveer y trabajar nos sacudió a una nueva conciencia. La necesidad nos obligó a reevaluar qué herramientas estaban disponibles para sobrevivir.
Todo el mundo puede contar con la naturaleza, con la temporada del mango entre los regalos que ofrece. Dependemos más que nunca de los mangos. Antes de la crisis había demasiados y los tiramos a la basura; ahora los reunimos todos. Los afortunados que pueden pagar el azúcar hacen gelatina de mango, y los que tienen harina hacen mango desmenuzado. La gente en estos días también come muchos plátanos y papayas, y usa hierbas silvestres para condimentar comidas simples como arroz y frijoles y arepas de harina de maíz. Cultivamos pimientos en nuestros patios traseros.
La Ruta del Hambre: Un recorrido por la inseguridad alimentaria en Venezuela
Mientras caminaba por las calles de Caracas, la capital, y viajaba a pueblos más pequeños, observé que la mayoría de los venezolanos comen menos de dos comidas al día. Las personas se despiertan tarde en la mañana para poder saltarse el desayuno e ir directamente a almorzar. La escasez de agua nos ha hecho bañarnos en ríos cercanos; las plantas de agua no están funcionando a su capacidad.
Todo esto habla elocuentemente de la mala gestión nacional de los recursos, pero también demuestra cómo la gente resuelve los problemas del día a día con pura voluntad y creatividad. Esta vez, cuando la economía se detuvo, como suele suceder, miramos hacia afuera y comprendimos que nuestra única posibilidad era volver a nuestras raíces.