Lloroso, muy nervioso y con heridas en las muñecas por las esposas, Roman Protasevich, el periodista crítico con el régimen de Aleksandr Lukashenko cuyo insólito arresto ha sacudido el tablero geopolítico global, protagonizó una oscura entrevista difundida en la televisión pública bielorrusa en la que confiesa haber participado en la organización de las protestas antigubernamentales en Bielorrusia, y pide perdón. Su familia, la oposición bielorrusa y varios líderes occidentales han clamado contra la angustiosa grabación, que han descrito como el video de un rehén; afirman que el joven, de 26 años, habla bajo coacción. Con información de María R. Sahuquillo / El País.
Protasevich, que permanece detenido desde que el 23 de mayo las autoridades bielorrusas forzasen al avión civil en el que viajaba a aterrizar cuando sobrevolaba Bielorrusia, parece exhausto y se esfuerza por apuntar que ha decidido hablar “voluntariamente”. Las inquietantes imágenes han disparado la alerta de nuevo sobre el trato y las torturas a los disidentes en las cárceles bielorrusas.
La conversación de 90 minutos emitida en horario de máxima audiencia es la tercera aparición de Protasevich, tras otros dos videos grabados en circunstancias similares en los que el disidente, que no ha podido comunicarse con su familia, que vive exiliada en Polonia, afirma que “coopera” con las autoridades en la investigación como sospechoso de organizar “disturbios civiles”, colaborar con extremistas e “incitar al odio”, acusaciones que pueden costarle hasta 15 años de cárcel.
Poco antes de su arresto, Protasevich, que vivía exiliado en Lituania y que había dirigido hasta hace unos meses Nexta, un canal de Telegram opositor que fue clave durante las protestas del verano pasado por la democracia y contra el fraude electoral, había descrito a Lukashenko como un “dictador”. El joven comparó al hombre que gobierna Bielorrusia con mano de hierro desde hace 27 años con el nazi Adolf Hitler. En esta última entrevista emitida en la cadena ONT, controlada por el Estado, el bloguero le elogia, afirma que “sin duda” le respeta y que el líder autoritario tiene “bolas de acero”.
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Las autoridades bielorrusas han asegurado que Protasevich combatió en 2014 en el Este de Ucrania con un batallón ultraderechista en el conflicto con los separatistas apoyados por el Kremlin. Y Lukashenko insinuó esta semana que podría enviarle al Donbás y ponerle en manos de los dirigentes de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk o Lugansk. En la “entrevista”, el joven activista rompe a llorar, dice que teme una sentencia de muerte y ruega a Lukashenko que no le entregue a los separatistas.
Las imágenes, que se grabaron en una habitación oscura y en una fecha sin especificar, son “un video de propaganda”, ha lamentado su padre, Dmitri Protasevich. “Conozco a mi hijo y estoy seguro de que ha sido intimidado y coaccionado para hacerlo. Ha estado bajo presión durante más de una semana”, ha dicho al canal de televisión ruso Dozh, donde ha alertado que las fuerzas de seguridad bielorrusas tienen muchos elementos para presionar al bloguero; también a través de su novia, la estudiante rusa de 23 años Sofía Sapega, que volaba con él de Atenas a Vilnius y que también fue arrestada cuando el avión fue obligado a aterrizar en el aeropuerto de Minsk. “Ella podría estar en la celda de al lado”, dijo el padre de Protasevich.
Sapega también protagonizó su propio video admitiendo la culpa de “dirigir” un canal de Telegram opositor que difundía datos privados de oficiales de seguridad. Los videos de confesiones forzadas son una de las recetas predilectas de los servicios secretos bielorrusos (KGB). Este verano muchos de los arrestados en las multitudinarias protestas contra el fraude electoral se vieron obligados a grabar videos similares en los brutales centros de detención e incluso la líder opositora Svetlana Tijanóvskaya tuvo que hacer uno cuando estuvo detenida el pasado agosto en la sede del KGB en Minsk; cuando la liberaron se marchó inmediatamente del país. Algunas de esas grabaciones han sido difundidas después en los canales de Telegram progubernamentales o en la televisión estatal.
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Las presiones a las que son sometidos los detenidos, alertan las organizaciones de derechos humanos, son brutales. A principios de la semana pasada, el activista Stiapan Latypau, que llevaba meses encarcelado, se apuñaló en el cuello con un bolígrafo durante un juicio en Minsk después de clamar que le habían retenido durante 50 días en una celda de castigo, en la que otros presos que colaboran con el régimen le daban palizas y le torturaban, y que los investigadores le habían amenazado con arrestar a su familia y amigos si no confesaba y admitía el delito del fraude por el que estaba siendo procesado; otro caso “fabricado”, según las organizaciones de derechos civiles.
Stefan Putsila, cofundador del canal de Telegram Nexta, no tiene duda de que su amigo Protasevich ha sido duramente presionado para hablar. “Está sometido a una presión psicológica inmensa, incluso torturas”, remarca desde Varsovia. Afirma que las autoridades bielorrusas pueden incluso haber empleado “drogas especiales” para forzar al bloguero a hablar de sus compañeros. “Este no es el Roman que yo conozco”, ha afirmado Franak Viacorka, uno de los asesores principales de Tijanóvskaya. “Es rehén del régimen y debemos hacer todo lo posible para liberarlo, a él y a los otros 460 presos políticos”, ha escrito en Twitter.
El nuevo video del periodista disidente ha desatado la condena de Occidente. Steffen Seibert, portavoz de la canciller alemana, Angela Merkel, descalificó las confesiones de Protasevich por ser “completamente indignas e inverosímiles” y remarcó que el Gobierno alemán “condena en los términos más enérgicos” la aparición del bloguero en televisión. “Es una vergüenza para la emisora que lo proyectó y para el liderazgo bielorruso”, ha dicho. También el titular de Exteriores de Reino Unido, Dominic Raab, criticó la grabación. “Los involucrados en la filmación, coacción y dirección de la entrevista deben rendir cuentas”, escribió en Twitter. El ministro de Exteriores de Lituania, Gabrielius Landsbergis, calificó la transmisión como una manifestación de “terrorismo de Estado”.